lunes, 2 de mayo de 2011

CRÍTICA Y CONCLUSIÓN SOBRE EL PROTOCOLO DE LA PEREGRINA DESDE SUS COMIENZOS.


  1. Queda sobradamente demostrado el poder de decisión del Ayuntamiento sobre los actos derivados de la Santa Faz. No sólo fue capaz de mantener durante 89 años la festividad en fecha contraria a la Iglesia, sino que convoca la celebración de procesiones, fecha para las rogativas, mantiene su puesto presidencial en las celebraciones, ocupándose de la organización, financiación, invitaciones según su criterio, y es la única que mantiene siempre un puesto fijo en los actos, junto a la Cofradía de San Jaime y los Caballeros de la Junta de Inhibición del Vino.
  2. Hemos visto cómo el protocolo se adapta cuando es necesario complacer a todas las partes. Esto queda visible en la procesión general en las Rogativas, cuando los diputados electos, cambiaban su posición situándose entre los curas y el Santo Cristo de los Cazorla delante de la Cruz de Santa María, y detrás de las Comunidades. Es el mismo caso de los pescadores de la Cofradía de San Jaime, cuando merman en número para compensar la presencia de otras autoridades, o cuando es preciso “invitar” a más personas para equilibrar los puestos en los bancos del Monasterio.
  3. También hemos podido ver como la preparación de los actos requiere de un cambio en la infraestructura de los mismos cuando es preciso acomodar a todos los participantes, como es el caso de la necesidad de construir más bancos para la iglesia del Monasterio.
  4. La fiesta se somete continuamente a las necesidades internas/económicas del Ayuntamiento, variando en esplendor y frecuencia, y podríamos decir que la Peregrina es una demostración de cómo quien paga manda, ya que tratándose en origen de un hecho religioso, protagonizado por un cura y sus fieles, su celebración pasó a depender exclusivamente del patrocinador del evento.
  5. Por otra parte, se constata que la necesidad de establecer un protocolo en los actos, lleva siempre parejos conflictos de diversa índole, y queda demostrado igualmente cómo el protocolo es el encargado de mediar y solucionar dichos conflictos a través de la negociación y la disuasión, aunque no siempre los resultados obtenidos sean los más acordes con la supuesta “legalidad”, utilizando ésta en los casos en que la negociación falla.
  6. Ineludible es la cuestión de las contraprestaciones. Queda patente la necesidad de compensar de algún modo a aquellos que pueden dar relevancia al acto con su presencia, y que se mantiene invariable en la actualidad. Si en aquél entonces se era mucho más pragmático y práctico, con el abono de cantidades económicas, la sutileza en el trato, la elegancia, y por qué no, la mejora de la calidad de vida y de la posición económica de la generalidad, ha ido modificando aquella costumbre cambiándola por obsequios en especie, que si bien ya no tienen la intención de sufragar los gastos originados por la presencia de cada cual, sí mantienen la filosofía original: asegurar la presencia, compensar el supuesto esfuerzo, y sembrar buena predisposición para el futuro. Lo que sí suele ir aparejado es la importancia del acto y la relevancia pública de la persona, con el obsequio con que se le agasaja.
  7. Si la costumbre hace Ley, y ésta es aceptada por la mayoría, se demuestra del mismo modo que los colectivos no siempre hacen gala de las cualidades que supuestamente le son atribuidas por su propia naturaleza, y que afortunadamente siempre una de las partes en conflicto cede en favor de la brillantez del acto.
  8. A la vista de una sociedad en la que las clases estaban bien diferenciadas con una jerarquía definida, es muy interesante observar como se difuminan los límites entre el ceremonial ya establecido, y la elaboración prácticamente espontánea de un nuevo protocolo, a través de cual cada participante va situándose respecto de aquel, hasta el punto de no poder ver claramente qué fue primero, si la costumbre y la necesidad, o la toma de decisiones que establecieran una legalidad a acatar por todos.

En definitiva, el ceremonial deja paso al protocolo, con el que los nuevos elementos se van sumando conforme se producen las circunstancias que los provocaron, y un nuevo orden se va sucediendo al tiempo que se integran casi de forma espontánea.

Podríamos decir que el ceremonial nace, y se convierte en adulto cuando se transforma en protocolo y es capaz de, teniendo en cuenta las necesidades de todas las partes, ordenarlas de manera que cada una de ellas aparezca en su máximo esplendor.



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