domingo, 1 de mayo de 2011

LA SANTA FAZ. CELEBRACIONES PARALELAS Y ESTABLECIMIENTO DE SUS RESPECTIVOS PROTOCOLOS.

Dentro del culto religioso a la Santa Faz, destacan dos actos religiosos y uno lúdico. Todos remontan sus inicios a finales del siglo XV y principios de XVI, y tienen distinta intencionalidad y han sufrido una divergente evolución a lo largo de los años.

Los actos son de dos tipos. Religiosos, que incluyen La Peregrina y las Rogativas, y los lúdicos, donde se enmarca la Feria de la Santa Faz.


La Peregrina o romería anual tenía como objeto conmemorar los hechos milagrosos atribuidos por la tradición desde 1489 al lienzo Verónico. Si bien no existe documentación sobre los primeros siglos, es lógico suponer que una sociedad de elevada religiosidad para unos, y de fácil fervor para otros, acogería los supuestos milagros como ciertos, atrayendo en gran número (teniendo en cuenta el censo de la época) a las gentes del contorno. Así pues durante los primeros años no es descabellado pensar que las celebraciones en honor de la Santa Faz se desarrollarían con un sencillo y natural protocolo por otra parte bien delimitado, dado las concretas atribuciones de los participantes, debido a una sociedad compuesta de grupos claramente diferenciados.

La llegada de las Clarisas, el establecimiento de un Patronato, la construcción del Monasterio, la instauración del primitivo rezo autorizado por Clemente VII con las consecuentes indulgencias a ganar en la peregrinación, las donaciones de los fieles adinerados, etc.etc., llevarían en poco tiempo a la imperiosa necesidad de ordenar la participación de todas las partes, establecer recorridos, prever las necesidades de los peregrinos, atender a las comitivas oficiales, preparar los agasajos, presupuestar los gastos...

La primera Peregrina documentada data de 1592, aunque se refiere exclusivamente al libramiento de dinero para cubrir los gastos correspondientes.

A partir de 1602 se pueden encontrar documentos que dejan entrever el tipo de organización de la Peregrina, y que he detallado en el apartado anterior.

Hasta 1650 en la comida oficial de la Peregrina, financiada por el Cabildo, tomaban parte las autoridades civiles, las representaciones de San Nicolás, Santa María y dos clérigos de cada Orden religiosa establecida en Alicante. Seguramente por el alto costo de la comida, teniendo en cuenta además la precariedad de las arcas municipales, se acordaría en esta fecha entregar a cambio de esa comida, dos libras a cada convento religioso asistente y 99 reales a repartir entre las 28 personas que acudían de las dos parroquias, como subvención para la sufragación de sus propios gastos. Sin embargo, el Cabildo de San Nicolás seguiría comiendo invitado por el Ayuntamiento, a pesar de seguir recibiendo su subvención. Las cantidades entregadas se irían incrementando en años sucesivos.

En 1661 aparece una primera reglamentación protocolaria provocada por los roces entre los miembros del Ayuntamiento, dado el auge de la fiesta y la gran importancia con que seguía acrecentándose:

“... el Governador se ha de sentar al cap del banch del Evangeli, el jurat en Cap de cavallers, al cap del banch de la Epístola, el jurat en Cap de ciutadans, al cap del Gobernador, el batle enseguida del jurat en Cap de Cavallers (per que no se senten ni vaien dos jurats junts), el Justicia en seguida del jurat en Cap de ciutadans, el jurat segon de cavallers en seguida del batle... y en las procesions se observe lo mateix”.

Así pues, la colocación en la Iglesia era:









Esta distribución, como era de esperar, molestó a los canónigos, que quedaban relegados no se sabe adónde, y comenzaron una serie de roces que tuvieron su culminación en 1697 entre los Cabildos municipal y eclesiástico. Los jurados protestaron al Obispo y amenazaron con no acudir a la próxima procesión (de San Vicente Ferrer) si no se respetaban sus puestos. El Obispo intercedió en el problema y los ánimos se calmaron durante un tiempo, permaneciendo las cosas como hasta entonces.

En 1669 se mejoraban los gastos de la fiesta y los jurados quedaban autorizados a gastar un presupuesto extraordinario para el día de la Santa Faz:


Predicador
Comida
Limosna
Música
Coches
Cirios y Manuales
Libras
4
40
Indeterminada
5
Lo necesario
30

Se abonaban también puntualmente las 15 libras por tener “ensesa la llantía que presenta esta Ciudad a la Ssma. Faz”, y las 6 libras al verguer para el mantenimiento de una luz a la Santa Faz existente en el zaguán del Ayuntamiento, destinándose igualmente cantidades sin especificar para cubrir el gasto de las salvas.

Eran buenos tiempos para la fiesta, y los gastos siguieron aumentando, ya que los jurados tenían más libertad para administrar el presupuesto.

Tras el paréntesis de la guerra (desde 1707 a 1709) no se celebró la Peregrina, reanudándose en 1710, al menos oficialmente. Los regidores exigían que la cera fuese “de la calidad que la pidieren”, y se les asignaban además 58 libras de confites para ellos mismos, alcalde mayor y ministros.

Existía una gran variación en los últimos años en lo que se refiere a la cantidad entregada a las monjas para la preparación de la comida de la comitiva oficial. Su importe había ido fluctuando, hasta llegar a la mitad de los establecido en los Reales Estatutos (20 libras), mientras que el resto de gastos iban in crescendo, incluido el de la pólvora, que llegó a ser desmesurado.

En 1712, el señor Canicia preguntaba al Cabildo sobre los gastos de la procesión, sermón y demás del día de la fiesta: “...  y que para ir en la Procesión peregrina que de la Colegial de esta Ziudad sale al Santuario de la santísima Faz, disputan a los señores don Luis Boyer y don Joseph Milot, juntamente con el escribano y subsíndico y que para recibir la Procesión, esperen la santísima Faz, los demás señores que estuviesen para poder ir y que de esto se le de noticia al Procurador General, para que no falte según lo hasta aquí estipulado...”

De ello, se deduce que la Peregrina debía salir de San Nicolás, acompañada de dos regidores-diputados, el escribano del Ayuntamiento y el subsíndico. A la entrada del Monasterio debían esperarles todos aquellos regidores que pudieran acudir y el procurador general (encargado de llevar el pendón).

La Peregrina se iniciaba a primera hora de la mañana en la Colegial, presidida por las autoridades eclesiásticas y los diputados nombrados por el Ayuntamiento. La abrían dos miembros de cada Orden religiosa y el pueblo en general, marchando a pie, en filas, cantando las letanías mayores hasta llegar a la ermita del Socorro. Luego se formaba la romería hasta la puerta del Monasterio, donde salían a recibirles el Síndico Procurador General portando el pendón, y el confesor del convento, acompañado de los hermanos religiosos que hubiera en el Monasterio. Todos juntos entraban en la Iglesia, donde con la Reliquia expuesta se celebraba Misa con sermón, y se adoraba la Reliquia.

En 1727 se inicia una crisis entre la comunidad de religiosas y los regidores, propiciada por los abusos de los patronos, especialmente en lo referido al descenso en la aportación económica para la comida de la comitiva oficial, que había quedado en 20 libras, la mitad de lo establecido en los Estatutos. La crisis llegó a su punto álgido cuando ese año se entregan a las monjas las 20 libras de rigor, y al portero mayor otras 20 libras para que organizara la comida de los Cabildos que hasta entonces era tarea de las monjas. Los pagos a las clarisas por los otros conceptos (limosnas, ceras, etc.) comenzaron a efectuarse de forma impuntual, de forma que las tensiones se incrementaron notablemente.

1734 fue un año especialmente conflictivo para la Peregrina. El Ayuntamiento no entrega las 20 libras a la comunidad religiosa, y la abadesa se niega a entregar su llave para la apertura del Sagrario, por lo que el Ayuntamiento tampoco nombra a los dos diputados encargados de esta tarea. Por primera vez, la Reliquia no es sacada del Sagrario. Sin embargo, la romería sí se celebró, ya que constan libramientos al portero mayor para sufragar los gastos de los cocheros que trajeron de vuelta a la ciudad a los regidores, así como para la compra de una cinta para la llave de la caja en la que se guarda la del Sagrario, y se abonan de igual modo la “subvención” a San Nicolás, pero exigiéndole esta vez recibo de la cantidad. Este año, las clarisas no percibieron la limosna anual, y tuvieron además que firmar recibo de las 10 libras que se les dieron a cambio de no entregarles la limosna de harina.

Durante los dos años siguientes, las monjas no consintieron en entregar su llave, por lo que se repitió el mismo suceso. De esta terquedad era culpable sor Gertrudis Ducós, nueva abadesa, mujer de fuerte carácter y decididamente defensora de los derechos de la Comunidad y de su bienestar, harta de los abusos de los patronos y dispuesta a recuperar el sitio que según ella correspondía a la Orden de Santa Clara, en justa correspondencia por el cumplimiento de sus deberes para con el Monasterio, el Patronato, y la Reliquia.

Así que en este tiempo, incluso “osó” realizar obras en el Monasterio para la construcción de un confesionario sin la previa autorización del Patronato ni supervisión técnica alguna, que hicieron resentirse la seguridad de la antigua iglesia, “por haversele cortado tres palmos a la pared de la tapia que havía quando para fabricar la cantería que oy está sin concluir, en el convento de la santísima Faz, han hecho sentimiento los rasos y bovedas de la iglesia”.  La tensión cesó con el nombramiento como abadesa de sor Vicenta Maltés, quien se mostraría más conciliadora con los regidores. Durante este trienio, sin embargo, y a pesar de las buenas relaciones recuperadas, quedó patente el lugar de derecho para la comunidad del convento conseguido por sor Gertrudis.

En el siguiente trienio volvió a ser nombrada sor Gertrudis, pero esta vez su táctica respecto a los regidores fue distinta: cedía a peticiones de los mismos, pero a cambio de mejoras para la comunidad.

Entre 1739 y 1744, la fiesta volvería a su normal cauce, aunque se fueron incrementando las penurias económicas de las arcas municipales, obligando a reestructuraciones drásticas en el presupuesto, recortes en el número de rogativas, eliminando los gastos menos necesarios...

Nos encontramos en 1752, año en el que Gómez de Terán ordena el cambio de fecha de la Peregrina. A partir de aquí, y con motivo del acatamiento de los regidores tras los sucesos ya descritos, las autoridades eclesiásticas vieron un buen momento para reclamar mayores privilegios. Aunque sus demandas afectaban en mayor medida a las Rogativas, la Peregrina se vio también incluida en las tensiones. En 1766, el Cabildo de San Nicolás renueva su lucha por los asientos en las funciones religiosas, y en la Peregrina del año siguiente el Ayuntamiento comisiona a los señores Salafranca y Scorcia para que intentaran llegar a un acuerdo con los canónigos. Con este motivo, se encargan “unos bancos desentes y de poco coste”, para cuando las autoridades religiosas visitaran el Monasterio.

Salafranca y Scorcia, en la entrevista con los canónigos, se encontraron con una inusitada firmeza, reclamando éstos un lugar preeminente. Por ello, los mencionados comisionados hubieron de incitar al Ayuntamiento a demostrar que el lugar preferente del Evangelio siempre les había correspondido a ellos como patronos del Cabildo y del Monasterio, remitiendo estas pruebas a los canónigos para cesaran en su terquedad. Así lo hicieron, respaldándose en que así lo podían “atestiguar los viejos y las monjas”. Esta disputa nacía porque a la Peregrina acudían dos religiosos de cada Orden, dos residentes presbíteros de ambas parroquias y tres canónigos de la Colegial, siendo uno de ellos el celebrante. Acudían también, por supuesto, los diputados, el Síndico Procurador General, el secretario y el subsíndico.

Éstos últimos habían ocupado siempre los asientos junto al Evangelio, y los religiosos los de la Epístola, pero ahora, con templo recién estrenado, los canónigos no querían transigir. Así que comunicaron al Ayuntamiento que se sentaran donde quisieran, que ellos lo harían en sus sillas, inmediatamente después del Preste. Así que, para zanjar la cuestión, se nombraron dos diputados por cada parte, con el fin de, reuniéndose, negociar un acuerdo. La cita resultó inútil, permaneciendo cada uno en su postura.

De modo que el Ayuntamiento decidió acudir al Vicario General, dirigiéndose en primer lugar al foráneo (¡por una vez no se saltaban la jerarquía!), quien contestó que cursaba inmediatamente nota al General, y que si no se obtenía su respuesta con la premura necesaria debido a la proximidad de la fiesta, él tomaría la decisión oportuna.

Tuvo lugar una nueva reunión de la comisión compuesta por ambas partes, proponiendo la parte municipal la construcción de un “... Coro desente para los señores Canónigos y demás eclesiásticos, en el que podían colocarse... o que los dos diputados del Cabildo eclesiástico ocuparan el lado de los dos rexidores que concurren a essa función, en el mismo banco...” Los canónigos seguían sin transigir, manteniéndose en su primera solicitud. De modo que al siguiente día, agotados por lo visto Salafranca y Scorcia, se presentaron en el Cabildo de la Colegial un regidor y un secretario, consiguiendo que los canónigos aceptaran la construcción de los susodichos bancos, pero con la condición de que “desde donde y a la parte de fuera o puertas de dicho Coro, saliesen a oir el sermón los referidos señores comisarios Capitulares”.

Pero no sólo había disputas entre los Cabildos, sino dentro del propio municipal, por las facultades y competencias de cada regidor. Unas veces por la posesión de las llaves, y otras por ocupar un puesto mejor en la procesión y Monasterio.

Unos días antes de la Peregrina de 1775, el Síndico Procurador General, encargado de llevar el guión en la procesión, caía enfermo. Nuevo motivo para la discordia, ya que comenzó la discusión de quién debía sustituirlo, si el síndico personero o el regidor decano. El primero alegaba tener las mismas atribuciones que el Procurador, y el segundo, aún reconociendo esto, defendía que el guión era una acción propia y privativa del Ayuntamiento. Esta vez lo resolvieron votando, resultando ganador el regidor decano.

Por supuesto no faltaron año tras año diversas disputas, bien por quién debía llevar las varas del palio o por la vanidad de los puestos.


Consistían en términos generales en el traslado de la Reliquia desde el Monasterio hasta San Nicolás, permaneciendo en él tres días, y en su vuelta en procesión de nuevo al Monasterio. Se realizaban para solicitar remedio a la sequía (hay que recordar que la zona era eminentemente hortícola), epidemias, plagas, y también por enfermedades del rey, embarazos o partos reales, y en general por grandes o importantes sucesos acaecidos o solicitados.

Pero existían también un conjunto de actos religiosos incluidos en las rogativas que no implicaban el traslado de la Reliquia, y que se desarrollaban dentro del Monasterio.

Normalmente la rogativa con traslado se realizaba cuando habían “fallado” el resto de advocaciones, por el alto costo que suponía, e influía mucho el momento económico de las arcas municipales. Cualquier convocatoria de rogativas era autorizada por el Ayuntamiento tras ser acordada en sesión capitular, y podía ser a iniciativa de los propios regidores, a solicitud del Cabildo de la Colegial, del rey, o del “pueblo”[1].

Antes de iniciar cualquier rogativa, tras la aprobación municipal se pasaba recado a la Colegial para que el Cabildo eclesiástico lo comunicara a Santa María y a todas las Órdenes religiosas. El aviso a la comunidad de las clarisas lo efectuaba directamente el Ayuntamiento, siendo llevado personalmente por el portero mayor.


Los períodos de rogativas comenzaban casi siempre con las rogativas denominadas privadas o secretas, que se realizaban por el clero de cada iglesia o convento. Generalmente tras los tres días de rogativas privadas, si no se había conseguido el bien solicitado, comenzaban en todas las iglesias y conventos las rogativas públicas por otros tres días, en las que podían estar presentes los fieles. El costo de las rogativas corría por cuenta del Ayuntamiento (2 libras a cada convento, excepto a Santa María y San Nicolás, por ostentar la ciudad su patronato).

Si tampoco con estas se conseguía lo solicitado,  y sobretodo si las arcas no tenían un buen momento, se encargaba hacer un Triduo en San Nicolás y un novenario por las almas del purgatorio, para evitar los gastos de traslado de la Reliquia. Pero en tiempos de normal prosperidad, se procedía a traer en rogativa a la Santa Faz, pasando recado al Cabildo eclesiástico y a la Comunidad de Clarisas, para que prepararan la salida.

Parece que las rogativas se comenzaron a realizar periódicamente a los dos años de la llegada al convento de las clarisas, es decir, en 1521. Sin embargo, la reseña documental más antigua pertenece a 1634, aunque en esa ocasión no se trataría de una rogativa normal, ya que se efectuó un doble traslado, al llevar a San Nicolás a la Virgen de Orito y a la Santa Faz.

Mencionaré exclusivamente las rogativas que presentan elementos relacionados con el trabajo, ya que naturalmente fueron mucho más numerosas y por causas bien diversas. En esta rogativa se daba cuenta de cómo tras la llegada de la Virgen de Orito a la Colegial, se ofrecía una misa mayor, con la asistencia de todos los oficiales de la ciudad, y una vez finalizado el Oficio, se procedía a traer la Reliquia, saliendo sobre las dos de la tarde de San Nicolás en procesión, las personalidades siguientes:

-          Señores elegidos como cabeza de procesión
-          Canónigos de la Colegial
-          Beneficiarios de la Colegial
-          Canónigos de Santa María
-          Dos religiosos de cada convento
-          Oficiales de la ciudad

Al llegar al Monasterio, se recogía la imagen y se entregaba al canónigo designado, situándose éste bajo palio sostenido por los caballeros nombrados al efecto, se entona la letanía y se inicia la procesión hacía Alicante. En la ermita del Socorro era esperada por clero, oficiales, caballeros y (al parecer ya anochecido) con antorchar y cirios, llegaban hasta la Colegial donde se cantaban las plegarias. Acababa la procesión guardando dentro del Sagrario las dos imágenes hasta el día siguiente. Se continuaba los tres días con actos religiosos diversos, tras los cuales se devolvían las imágenes a su lugar de procedencia; la Virgen de Orito por la mañana y la Santa Faz por la tarde, en procesión general con acompañamiento y luminarias, por la puerta nueva, donde se ordena la procesión de Peregrina, yendo en ella  los relacionados anteriormente, además de gran muchedumbre.

En la rogativa de 1763 aparecen muchos más detalles en cuanto a la salida de la Santa Faz, que veremos cronológicamente más adelante.

En 1694 tiene lugar una rogativa que pone en evidencia el mal comportamiento de las autoridades. Quedan muchos puntos oscuros, como suele ocurrir en estos casos, pero de la documentación se puede extraer gran parte de los hechos.

El motivo de esta especial rogativa parece ser el mal sembrado de los campos, y la Ciudad acordaba realizarla el 20 de enero. Sin embargo, no se realiza hasta dos meses más tarde, algo realmente anómalo, ya que no solían transcurrir más de 8 ó 10 días desde su aprobación hasta su realización. Se celebró el 23 de marzo. Organizada la procesión en la Colegial, salían los eclesiásticos y religiosos acompañados de parte de los oficiales de la ciudad. Al llegar al Monasterio se tomaban el descanso de costumbre, y a la hora acordada se saca la Reliquia de su Sagrario y se forma de nuevo la procesión de vuelta. En la puerta del Monasterio se ordena la procesión del siguiente modo:

“... alternados con los eclesiásticos, los seis electos, esto es dos de los insaculados en la bolsa de caballeros y nobles, dos de la bolsa de ciudadanos militares y dos dela bolsa de ciudadanos de mano menor (según se hacía de tiempo inmemorial y que eran nombrados por la Sitiada de Justicia, Jurados y Síndico, con comisión del Consejo para que en dicha forma, con sus hachas, representando a todo él acompañen la Ssma. Faz, a la venida y vuelta)”.

Mientras se intercalaban en sus puestos, los electos se dieron cuenta que dos eclesiásticos de la Colegial con distintivo de doctores, se habían retirado del lugar que debían para situarse junto a los dos canónigos que presidían la procesión, sin tener en cuenta que la graduación de los cleros siempre había sido:

“Los caballeros y nobles, inmediatos a los dos Capitulares que presiden, siguiendo después delante de dichos dos cleros, los dos curas o Doctores que concurren por ellos, la de los ciudadanos de mano mayor o militares, delante de los dos curas o dos doctores, siguiendo delante de estos dos cleros, dos clérigos de la Colegial o parroquial de Santa Maria, por su antigüedad y los ciudadanos de mano menor, delante de estos dos clérigos, siguiéndose después delante de estos otros dos cleros, los demás clérigos y religiosos por su orden. Dixeron a los dos doctores los dos electos de caballeros y nobles, que su lugar era el inmediato a los Capitulares y que el de los doctores y curas era el de delante de ellos, e insistiendo unos y otros, esto es, los doctores que su puesto era el inmediato a los Capitulares y los otros que no era así”.

Esta distribución lógicamente cambiaría con el tiempo debido al escalamiento de categoría de algunos grupos en detrimento de otros.

La cuestión terminó abandonando los doctores la procesión y regresando solos a Alicante.

Pero al regreso se presentarían los mismos problemas, hasta el punto de tener que suspender la procesión sino fuese porque, a última hora de la tarde, se cedió a la pretensión del Cabildo eclesiástico “por esta sola vez”.

Dado el parte oportuno al Obispo, este agradeció la cesión, comprometiéndose a adoptar las medidas para que no volviese a ocurrir. Medidas que por cierto, no se mencionan.

Desde 1706, los ingleses habían ocupado las tierras alicantinas, y a falta de otra excusa, se les culpaba de la grave sequía que se sufría desde entonces y hasta años después. Por ello, los regidores decidieron que esta rogativa propluvia tuviera elementos más ostentosos que en las anteriores ocasiones, con el fin de dar mayor agrado a la Santísima Faz y que fuese más espléndida en sus gracias, por lo que solicitaron la intermediación del Obispo para obtener la bendición de los campos por el Papa, que efectuó el Vicario foráneo en julio, y que se completó con una comunión general, levantamiento de un altar para colocar la cruz en la Montañeta de San Francisco, y con la asistencia de los Cabildos de la Colegiata y del Ayuntamiento.

Pero ni siquiera la bula concedida por el mismísimo Papa tuvo éxito. De modo a que primeros del año siguiente, y continuando la pertinaz sequía, el cabildo municipal pasó recado a todas las Comunidades religiosas para que salieran en procesión instando a los fieles a penitencia, implorando piedad a la Santísima Faz. La lluvia no llegaba, de modo que los regidores adoptaron acuerdo para traer en rogativa a la Reliquia, del modo acostumbrado y descrito.

Era el año 1725, y en esta rogativa aparece por primera vez una especie de rendición de honores militares a la Santa Faz. En 1717 un Real Decreto había prohibido la utilización de pólvora, ya que ésta se realizaba con ligereza incrementando los gastos. Pero la desesperación era mucha y los meses sin lluvia demasiados para una ciudad donde la Huerta constituía uno de sus principales medios de vida. De modo que los regidores decidieron añadir el esplendor de la pólvora, tan arraigado en esta cultura, solicitando autorización al Gobernador para el disparo de salvas. Éste accedió a la petición, y no sólo autorizó las salvas sino que por primera vez la Santísima Faz fue trasladada bajo la escolta de una compañía de granaderos y otra de caballería, disparándose el cañón de aviso desde el Castillo de Santa Bárbara al descubrir la Reliquia, y disparando la artillería tanto a la entrada como a la salida, con la guarnición formada en dos filas al pasar aquélla. Se invitó a los actos, también por primera vez, a los cónsules de los países acreditados en la ciudad.

Debemos caer en la cuenta de que, viendo los costos que suponía la fiesta (todos los intervinientes participaban “cobrando” a las arcas municipales por su presencia, y por cualquier responsabilidad que se le encomendara en relación con la fiesta) y que en los últimos años se había intentado sustituir el desplazamiento de la Reliquia por rogativas secretas y públicas, y sin dudar de que la desesperación sería mucha, no es descabellado pensar que aquel año el municipio se encontraba en un buen momento económico. Los costos habituales -cocheros, cera, comida, limosna especial, manuales, pagos por portar el palio, ser designado diputado, ser nombrado síndico, etc. etc.-, hubieron de incrementarse bastante puesto que el número de los intervinientes también era mucho más alto, y si añadimos además el de la pólvora –recordemos que prohibida en 1717 por el dispendio y derroche que suponía-, el presupuesto de esta rogativa debió ser escandaloso.

Pero les debió parecer proporcional a la gracia concedida por la Santa Faz, y que once días más tarde llovió copiosamente, siéndole ofrecida a la Reliquia una Misa de acción de gracias en su Monasterio, por los “importantes beneficios de la copiosa lluvia que ha caído en las dos noches pasadas y a la buena disposición en que se mantiene el tiempo, de continuar el agua”.

Es lógico igualmente pensar que el dispendio no debió agradar a muchos, ya que en 1756 el gasto se dividió entre el Cabildo y la Junta de Inhibición. En esta ocasión,  y por parte del municipio se gastaron 340 libras, 14 sueldos y 8 dineros. Si lo comparamos con la rogativa anterior, podemos hacernos una idea del costo que aquélla debió suponer. Las consecuencias de aquella costosa rogativa debieron inducir a un cambio en el planteamiento  y la elaboración del presupuesto, ya que encontramos que en la rogativa siguiente de 1760, el municipio  comunica al Cabildo eclesiástico que se había decidido recortar los gastos “minorando las dietas de diputados, gastos excesivos y profusión de comidas y que espera que dicho Ilte. Cabildo, se conformará con esta reforma asistiendo a esta función graciosamente y sin la percepción de los derechos que otras veces se les han consignado”.

El Cabildo eclesiástico accedió a renunciar a su “subvención”, pero pidió que a los clérigos y religiosos que asistieran se les entregaran las cantidades acostumbradas, contestando a los regidores “...que a estos se les pague lo que en otras ocasiones y que al Ilte. Cabildo la asignación de ocho reales que se han estilado dar a cada Capitular, para subvenir a los gastos de la comida, puesta esta no ha de costearse por la Ciudad...”.
Ermita de Santa Ana

Tampoco percibió emolumento alguno el portador del guión ni los diputados elegidos, y abonando además la mitad de los gastos la Junta de Inhibición del vino, que debió considerársela como gran beneficiaria si la Santa Faz con su gracia les favorecía con la ansiada lluvia.


Mucho me temo que estos recortes en las percepciones de emolumentos debió generar cierto malestar, aunque sin duda contenido, porque de esta rogativa arrancaron nuevas disputas protocolarias entre los dos Cabildos y de éstos con las Órdenes religiosas, de nuevo por sus puestos en la procesión y funciones correspondientes, que se acrecentaron en la rogativa de 1761, esta vez por decidir quién se sentaba en el lado del Evangelio.

Estos desacuerdos debieron alcanzar un punto bastante desagradable, ya que, como mencionaba anteriormente, en la rogativa de 1763 se redacta un documento de 20 folios, titulado “Instrucción de lo que se ha practicado y continúa de inmemorial tradición... quando por alguna grave necesidad, se trae a esta Iglesia[2] a la Santísima Faz de Nuestro Señor Jesucristo”, con fecha de 5 de abril de ese año y que describe el protocolo seguido durante la misma, aplicado en los años siguientes. En él podemos observar cómo los puestos cambian a la ida y a la vuelta, seguramente para intentar satisfacer a todas las partes. Por su extensión, realizo un resumen del mismo:

La procesión para ir a recoger a la Santa Faz se iniciaba en la Colegial, saliendo en primer lugar “el Santo Christo con dos linternas que llevan los de la familia Cazorla, acompañado de las parexas de pescadores con antorchas”. Tras ellos formaban dos religiosos de cada Comunidad y dos frailes de la 3ª Orden, luego seguían cuatro residentes, dos de la Colegias y dos de Santa María, con sochantre, acólitos e infantillos. A continuación el Capa preste “que toca al Deán o en su defecto al que le siga por orden de antigüedad”, dos señores Capitulares con los beneficiados diaconil y subdiaconil, un eclesiástico con segunda Capa “para llevar la Reliquia descubierta hasta la Ermita de Santa Ana”, y cerraban la procesión dos diputados de la Ciudad, con su escribano, subsíndico y porteros.

Durante todo el recorrido se cantaba incesantemente el Eterno Deus alternado con la letanía Mayor, y la Reliquia permanecía cubierta hasta la llegada a las primeras casas del Monasterio, donde debían esperar a que salieran a recibirles desde la Iglesia del Monasterio, el Síndico Procurador General con el Guión, los porteros que lo acompañaban y los tres religiosos del convento, revestidos con Capa Pluvial el confesor y Dalmáticas sus compañeros. Las dos procesiones se debían encontrar a la entrada de la plaza, para volver todos juntos al Monasterio, marchando el segundo Capa que llegaba de Alicante a la derecha del confesor. Ante el altar mayor se descubre la Reliquia cantando el “Ve exilla Regis” y tras dar el incienso se volvía a cubrir. El maestro de ceremonias notificaba a todos la hora del regreso, disolviéndose la procesión para proceder a la comida.

Por la tarde, el Capa preste con sus colaterales, los regidores diputados y su escribano, el confesor y sacristán del convento y el cerrajero del Ayuntamiento entran en el camarín, debiendo abrir la reja el confesor o en su defecto el sacristán de las monjas, pero sacando la Reliquia sólo el Diaconil de la Colegial, quien se la entregaba al preste, para llevarla al altar mayor, donde la inciensa mientras se canta de nuevo el “Ve exilla Regis”.

Luego el preste daba a adorar la Reliquia a las monjas, y desde el altar mayor se procedía a impartir la bendición a todos los asistentes, y estando la procesión preparada en la puerta del Monasterio en el mismo orden en que entró, salían de ella acompañados de los electos semaneros quienes con sus antorchas se colocaban delante de los diputados Capitulares, que no debían llevar antorchas, sino caña y sombrero como los demás. A la salida del caserío se daba la bendición al Monasterio y se cubría la Reliquia, volviendo al convento el confesor y los frailes con el procurador general, quien dejando el Guión en el Monasterio regresaba a la procesión situándose junto a los diputados, comenzando a cantar la Capilla de música el “Eterne Deus” hasta llegar al cruce de caminos con el del Garbinet. Allí se descubría la Reliquia que iba bajo palio, y cuyas varas eran portadas por cuatro clérigos de San Nicolás y cuatro de Santa María, y se procedía a la bendición volviendo a cubrir la Reliquia.

Al llegar al alto del Garbinet, una salva anunciaba la llegada. Se impartía de nuevo la bendición, cubriendo otra vez a la Santa Faz hasta la llegada a la ermita de los Ángeles, donde se descubría colocándola en el Ara del altar, se daba incienso, cantando la antífona “Sancta María” y la oración “Concede”, quedando dos colaterales junto a ella mientras los fieles la adoraban y la comitiva descansaba.

Seguía la procesión hasta el convento de los frailes Capuchinos, donde entra la Santa Faz descubierta colocándose en el altar mayor, cantando la antífona de “La Concepción”, y dando la bendición el preste, continuaba la procesión acompañada de la Comunidad hasta la Misericordia, donde estaban esperando los de la procesión oficial. La Reliquia se depositaba sobre el altar, retirándose el preste y sus colaterales para cambiar sus ropas por el terno morado, reanudando la procesión, momento que se avisaba con un disparo de artillería.

Debemos distinguir los diferentes tipos de procesión:
  

Procesión Peregrina
Procesión de Rogativa
Procesión Oficial
Procesión General


Recorrido


Desde San Nicolás hasta el Monasterio


Desde el Monasterio a la Ciudad
Partía de San Nicolás hasta la Iglesia de la Misericordia (para recibir a la de rogativa), compuesta por las autoridades civiles y eclesiásticas, clero, comunidades y demás invitados
Desde la Iglesia de la Misericordia, formada por los componentes de la Procesión de Rogativa y la Oficial

A partir de la procesión general, el protocolo se modifica. Los diputados electos se situaban entre los curas y el Santo Cristo de los Cazorla, delante de la Cruz de Santa María, y detrás de las comunidades.

La procesión se detenía en San Antón, donde sólo entraban los dos Cabildos y tras dar incienso, la capilla cantaba la antífona “Similabo”, y diciendo la oración de San Antón “Intercetio”, reanudaban la procesión hasta el convento de madres Capuchinas, donde era adorada por las religiosas clarisas, retirándose éstas al Coro para recibir la bendición.

Continuaba la procesión hasta San Nicolás siendo recibida por otra salva. Entraba en la Iglesia, colocando la Reliquia sobre el altar mayor, le daban incienso cantando la antífona “Christi pietas”, y la oración de San Nicolás, procediendo luego a la bendición del pueblo y siendo reservada la Reliquia en el Sagrario hasta el día siguiente.

Durante los tres días de estancia en la Colegial, el ritual ofrecido a la Santa Faz comenzaba por la mañana rezando el Oficio, y después de la novena[3], se descubría la Reliquia procediéndose a la Misa, con sermón. Una vez terminadas las oraciones correspondientes, se reservaba hasta la tarde, en que se descubría de nuevo sobre la hora “de las Vísperas”, para ser adorada por las Órdenes Religiosas que debían acudir turnándose según su antigüedad, terminando la función con la preces propias de la Santa Faz, quedando luego reservada hasta la mañana siguiente. Cabe destacar que a los actos vespertinos los representantes de la Ciudad no acudían.

Tras los tres días de rogativas se procedía a devolver la Reliquia a su Monasterio, para lo cual se formaba la procesión a las seis de la mañana, teniendo la salida a las siete. Mientras se formaba la procesión los dos Cabildos y cleros adoraban a la Santa Faz, saliendo luego por la Puerta Negra, momento en que se disparaba la salva. Las varas del palio eran llevadas ahora por miembros de la nobleza, dirigiéndose la procesión hasta el convento de la Sangre[4]  donde era adorada por la Comunidad y recibía la bendición. Se dirigía luego a Santa María, donde se le ofrecían nuevas oraciones, saliendo la procesión hacia la Ermita del Socorro[5], donde el preste y colaterales volvían a cambiar de ropa, colocándose la de peregrinos que días antes habían traído hasta la Misericordia.
Altar de Santa María

Salía luego la procesión de la ermita y a poca distancia se impartía la bendición a todos los asistentes, disparando el castillo otra salva, formándose desde aquí la procesión de rogativa en el mismo orden que vino desde el Monasterio a la Misericordia y tomando las varas del palio los curas que la habían traído. En este momento se disolvía la procesión general, regresando la procesión oficial a la Colegial y continuando la rogativa hasta la Ermita de Santa Ana, donde se descubría la Reliquia procediendo a impartir una nueva bendición.

Continuaba su itinerario hasta llegar al primer puente que había al pasar la ermita, donde se daba otra bendición, igual que se hacía al llegar a la Cruz de Piedra y a la llegada al caserío, donde estaban esperando el confesor de las monjas, sus compañeros y el síndico procurador general y sus porteros. Desde allí, descubierta la Reliquia entraba en su Iglesia, depositándola en el altar mayor, daban incienso mientras las monjas cantaban las preces propias de la Santa Faz  y la adoraban, recibiendo la bendición desde la reja y luego a todos los asistentes. La ceremonia de volver a su camarín se efectuaba llevándola el preste quien se la entregaba al diaconil para que la depositara en su lugar, cerrando la reja el confesor con las cuatro llaves ante la presencia de las mismas personas que la habían sacado cuatro días antes. Finalizado el acto se disolvían para comer en el caserío, citando el maestro de ceremonias a todos para las cuatro de la tarde, hora en que se formaba la procesión de vuelta, con la réplica de la Santa Faz y la Virgen de los Remedios.

Si volvemos al principio de este protocolo,  podremos continuar con la polémica que se suscitó en la rogativa del año siguiente: “... comenzándola el Santo Christo con dos linternas que llevan los de la familia Cazorla, acompañado de las parejas de pescadores con antorchas...” Recordemos que la procesión oficial partía de San Nicolás para aguardar en la Iglesia de la Misericordia a la procesión de rogativa, y su composición: autoridades civiles y eclesiásticas, clero, comunidades y demás invitados.

La situación de las parejas de pescadores[6] sería el motivo de la nueva discordia. Al comunicar a las Órdenes religiosas la celebración de la nueva rogativa y que debían acudir a San Nicolás para formar la comitiva oficial, el prior de Santo Domingo contestó extrañándose de que debiera acudir a San Nicolás, cuando la procesión general se formaba en la Misericordia. Esto obligó a los regidores a pedir explicaciones, ya que así se había hecho desde siempre. Además de esto, el Obispo quería acudir este año a la procesión, y parecía obvio que el mismo debiese estar presente en San Nicolás para arroparse con las altas autoridades de la ciudad.

El motivo del prior, que no manifestaba abiertamente, es que no estaba de acuerdo con el puesto preeminente de los pescadores en la procesión, y consideraba que no debía estar su Orden, ni las demás, por detrás de ellos. Aunque la protesta era individual, era de sobra conocido que el prior era portavoz solapado del resto de Órdenes, por lo que los regidores se vieron obligados a enviar varias veces al síndico a entrevistarse con el mencionado prior, ante el temor de que las Órdenes no acudieran a la procesión, siendo su presencia imprescindible.

Bajo esta presión oficial, el prior dejaba ya de lado sus vagas excusas y remitió escrito, a través del síndico, con las firmas añadidas del guardián de San Francisco, y de los priores del Carmen, San Agustín y Capuchinos:

“Este honor y dignación de Vª Sª, con que nos honra y favorece, ocurre en la circunstancia de constarnos haber acudido los pescadores a la Curia Eclesiástica, con la extravagante pretensión de que se les ampare en la posesión que aparentan de pacífica e inmemorial, sobre la preferencia de lugar y sitio a todas las Comunidades Religiosas, con motivo de alumbrar con antorchas en forma de gremio, al Crucifijo que regularmente se lleva en semejantes funciones. En su consecuencia, las sobredichas Comunidades a fin de vindicar la verdad, abolir abusos y precaver cualquier Providencia contraria a sus Privilegios, se han visto precisados a comparecer y de hecho han comparecido ante el mismo Juez eclesiástico, pidiendo se les oiga en justicia. Y en el entre tanto se les ampare en sus merecidos honores y privilegios. Esta inesperada novedad nos pone en la precisión de no poder disfrutar el honor que VªSª  nos dispensa en el presente convite y esperamos de la alta comprensión de VªSª, aprobará nuestra conducta, cuando solo aspira a mantener aquel honor con que nos acogimos y conservamos bajo la protección y amparo de VªSª.

Recordemos que las Órdenes religiosas habían sido las encargadas sólo cuatro meses antes, de propagar en Alicante la polémica suscitada entre el padre Fabiani, jesuita, y el padre Sales, de la Santísima Trinidad, sobre la dudosa autenticidad de la Reliquia. Por su parte, los Dominicos se habían enfrentado con el obispado por otros motivos. Coincide pues un extraño movimiento interno entre las Órdenes religiosas, básicamente de acuerdo entre ellas, que hizo temer a los regidores que su no asistencia realmente podría producirse. Y pensando en las consecuencias, si la procesión se celebraba sin ellos no sólo se trataba de romper escandalosamente una tradición de siglos, ni de que se presupusiese un grave pecado de vanidad de los religiosos, sino de que los fieles interpretaran esa ausencia como una negativa de los religiosos a dar culto a una imagen que, por deducción, no sería auténtica.

Así que la procesión fue suspendida por el Ayuntamiento. El 23 de febrero, día de la procesión suspendida, se mantuvo una reunión entre el Obispo, el Vicario foráneo y dos regidores del Ayuntamiento, citando a los priores de los citados Conventos, y a los representantes de la cofradía de pescadores.

Parece que fue el Obispo quien demostró estar mas dotado para las relaciones públicas, ya que bajo su proposición se llegó al acuerdo de que desde la Misericordia hasta la Colegial y al regreso de la Reliquia a su Monasterio, la procesión fuese iniciada por el Cristo de los Cazorla, acompañado por los dos miembros de esta familia y sólo tres parejas de pescadores (antes cuatro) con antorchas, tres a cada lado del Cristo. Los otros dos pescadores debían situarse en el centro de la procesión, de forma que tras el Cristo iría la Cruz de Santa María, y emparejados la pareja de pescadores con el prior de Santo Domingo y su compañero. Luego seguirían una pareja de cada Orden.

Estas dotes disuadoras del Obispo debían ser espléndidas, ya que los dominicos desde el principio estaban dispuestos a ir a la Misericordia, que es donde se tomaba la posición en la procesión, y donde no querían ir era a San Nicolás. Aunque consiguieron algo de lo pretendido respecto a los puestos, en realidad la intención de los dominicos era algo más enrevesada, si tenemos en cuenta los motivos expuestos anteriormente. Sin embargo, no podían objetar esta propuesta del Obispo, ya que era la solución al motivo que ellos plantearon para su no asistencia. Como era de esperar el acuerdo no satisfizo a todos por completo, especialmente a los pescadores, que vieron el comienzo del ocaso de una tradición que desde la fundación de la Cofradía de San Jaime habían plasmado en sus Estatutos: “Item, de antiguo y por concordia con la Ciudad, siempre que por algún trabajo, falta de agua, etc., se trae en Rogativa la Santísima Faz, deben asistir con hachas, a la ida y a la vuelta, y suele importar 50 ó 60 libras”.

La rogativa de 1774 volvió a plantear conflictos de protocolo. Al llegar la Reliquia a la Misericordia y formarse la procesión general que la trasladaría a la Colegial de San Nicolás,

“El cuerpo de la oficialidad del Regimiento de Infantería de Bravante que guarnece esta Plaza y otros particulares del país, convidados a la referida función, se interpusieron entre la cofradía de pescadores del señor San Jaime de esta Ciudad y el clero de la Parroquial de Santa María, con cuyo motivo reclamaron rigurosamente dichos pescadores, pretendiendo corresponderles el lugar inmediato a dicho clero por costumbre inmemorial, fortalecida con concordia celebrada en 23 de febrero del año mil setecientos sesenta y cuatro, con autoridad del Ilustrísimo señor Obispo de esta Diócesis, ante el escribano Melchor Aracil”.

Los regidores asistentes, previendo lo que podría pasar en la procesión de vuelta, apaciguaron a los pescadores, convocando una reunión en el Ayuntamiento entre los mayordomos de la cofradía y representantes de sus compañeros. En esta reunión, y a instancias de los regidores, los pescadores accedieron a que por esta sola vez los militares ocuparan el puesto demandado, pero reclamando acta de la reunión en la que se hiciera constar que “nadie de los seculares tiene puesto determinado en dicha procesión, sí únicamente los caballeros diputados de la Junta de Inhibición de Vino, por antigua e inmemorial costumbre y los pescadores de dicha cofradía de San Jaime...”, dejando muy claro que aceptaban esta resolución por no deslucir un acto tan sagrado.

Buena gente sin duda los pescadores, que por segunda vez en una década habían claudicado a las presiones de uno u otro lado. Pero este respeto no lo tendrían algunos de los clérigos presentes en la procesión de vuelta al Monasterio. Escándalo mucho más grave por ser precisamente los canónigos y diputados los protagonistas.

Una vez en el Monasterio, y ya devuelta la Reliquia a su Camarín y cerrado con las cuatro llaves, quedaron de acuerdo canónigos y regidores en reunirse de nuevo a las tres y media, tras la comida, para sacar de nuevo la Reliquia y darla a adorar a las clarisas y a los fieles.

Llegada la hora convenida y reunidas las partes, sustituido el confesor del convento de las monjas por el canónigo y dignidad del Capistol de la Colegial, y acercada la Reliquia a la verja para que la adoraran las monjas, el canónigo mostró una prisa inusual, apremiando a las monjas para que terminaran sus rezos, lo que ya de por sí era una falta de respeto gravísima. Pero no se limitó a eso, sino que además, retirando la Reliquia de la verja, dio el preste la bendición a las religiosas, atónitas, y adentrándose en el Camarín procedió a encerrar la Reliquia, sin permitir que los fieles la adoraran ni recibiesen la bendición.

Los devotos se negaron a salir del templo sin adorar a la Santa Faz, y ante la negativa de los canónigos a permitirlo, don Juan de Povil, señor presente, intentó interceder ante los canónigos proponiendo que si estaban cansados, él y el padre confesor se encargarían de darla a adorar al público, pasando ellos al Camarín para sacar la Reliquia.  Pero en este hecho estaban cuando el canónigo , “...con voz alta e inteligible dijo: Padre, cierre Vuestra Merced la Reliquia que ya es tarde y os hemos de ir a la Colegial. Lo que así se ejecutó al instante, quedando cerrada la santa imagen en dicho su Sagrario y privadas muchísimas personas de la adoración a que anhelaban. Siguiéronse acto continuo algunas palabras sobre el asunto entre dihos señores, canónigo Izquierdo y don Juan Povil, que no pude trascender por llamarme la atención diferentes personas que me habían manifestado sus quexas y displisensias, por havérseles negado la dicha adoración después de haver venido a pie con la rogativa y esperando la hora emplazada para su logro, a cuyos circustante se volvió dicho señor Canónigo Izquierdo diciéndoles: Señores, la adoración ha de ser con corazón y assí basta, y lo asseguro como ministro de Dios”.

El escándalo y las protestas de los presentes fueron tales que se hubo de levantar acta contra los canónigos, para hacer constar así los privilegios del patronato municipal.

En 1779, los dominicos volverían a plantear dificultades para su presencia en la rogativa de ese año.  Sencillamente no se presentaron el día y la hora. Los motivos alegados por el nuevo prior de Santo Domingo fue que debía consultarlo con su Comunidad, ya que dudaba sobre los motivos que debían avalar la presencia de los dominicos en actos semejantes. El origen de esta negativa fue que, siendo nuevo el prior, no quiso comprometerse en exceso, ya que los religiosos de su orden le habían informado sobre los conflictos de las últimas rogativas, y sobre la ya mencionada polémica sobre la autenticidad de la Reliquia. A esto se unía el hecho de que se había quitado importancia a la ermita de San Antón, para dárselo a la Misericordia, mostrándose el prior dispuesto a ir a recibir la Reliquia a San Antón, como era costumbre hasta 1752.

Con el fin de rebatir estos argumentos, la Ciudad le remitió copia de las rogativas más antiguas de las de pro-pluvia[7] que existían en San Nicolás, que demostraban que la costumbre era, desde 1640, salir de San Nicolás a las dos de la tarde, formando la procesión un Capitular con capa, dos Capitulares más como diputados o ayudantes, y cuatro capellanes de la Colegial, otros cuatro capellanes de Santa María y dos religiosos de cada convento. Desde San Nicolás llegaba la procesión al convento de la Sangre, de allí a la Ermita del Socorro hasta la Santa Faz.

Esta documentación convenció a los dominicos, quien pidiendo disculpas al Ayuntamiento se pusieron a su disposición.

La disputa de la rogativa de 1781 versó sobre el dinero. Ante la escasez de lluvia, dos de los señores de la huerta se ofrecieron a pagar los gastos de la rogativa, ya que el Ayuntamiento estaba “bajo mínimos”. Con el fin de abaratar todo lo posible dichos gastos, se acordó que toda la cera que gastara el Cabildo civil sería pagada por los propios regidores, y del mismo modo debía proceder el Cabildo eclesiástico. Remitida invitación al Obispo comunicándole esta decisión, este excusó su presencia adjuntando a los regidores copia de una carta suya dirigida a los canónigos advirtiéndoles para que no hubiese divergencias y para que “quantas dificultades puedan ocurrir para que se execute todo con la paz, buena armonía y religiosa devoción que corresponde”.

Si los canónigos estaban disgustados por el hecho de no cobrar por su presencia, el que además tuvieran que costearse la cera les llevó al borde la ira, por lo que contestaron al Ayuntamiento que ellos acudirían a las rogativas bajo las condiciones de siempre, y que en lo sucesivo las comunicaciones verbales debían ser sustituidas por oficio.

Por una vez, el Ayuntamiento evitó entrar en polémicas y se remitieron en su respuesta a lo dicho por el Obispo, alegando que no tenían potestad para contradecir lo que éste ordenaba y confirmaba en su escrito. A los pocos días de realizada la rogativa, llovió, por lo que se decidió celebrar una misa de acción de gracias en San Nicolás, cantándose un Te Deum. Asistiría la Ciudad, pero sin suministrar gasto para cera.

Los canónigos, que debían estar realmente enfadados, contestaron que la misa habría de celebrarse en el Monasterio, y bajo las condiciones acostumbradas. Los regidores confirmaron que la misa se celebraría en San Nicolás, para facilitar la participación de más fieles, y que si no podían pagar la cera lo haría el Ayuntamiento. Se zanjó así la cuestión por esta vez.

Si durante casi tres siglos se habían realizado rogativas pro-pluvia, en 1783 se realizó la primera rogativa anti-pluvia. Efectivamente, tuvo que pedirse a la Santísima Faz que intercediera para que dejase de llover, ante las reiteradas y abundantes lluvias que anegaban los campos. Así continuaron durante todo este año y el siguiente; unas vez pidiendo lluvia y otras que cesase. Y otras, a petición real, primero por la “preñez y buen parto de la princesa de Asturias”, luego por “el feliz parto de la princesa que había tenido dos infantes”, más tarde por el “éxito de nuestras armas en la presente expedición contra Argel”, y a finales de año por “el nuevo embarazo de la princesa”.

Curiosas circunstancias. Por un lado, era necesario evitar el traslado de la Reliquia y la realización de rogativas en la medida de lo posible por la cuestión económica, pero sin embargo había que realizarlas continuamente por motivos “reales”.

1788 fue de nuevo escaso en lluvias, y de nuevo las arcas municipales casi vacías. Por ellos, se acordó proponer la división del gasto entre labradores, comerciantes y Ayuntamiento. Tras diversos dimes y diretes, se pudo celebrar la rogativa, teniendo mucho éxito tanto por la lluvia caída como por la asistencia de gentes, que debió ser tan inusual que queda registrada en los documentos, contando en unas 800 antorchas las que acompañaron a la Reliquia en esta ocasión. Quizá fue esta gran concentración tuvo mucho que ver con los disturbios que se produjeron.

Recordamos que la Cofradía de San Jaime había ido perdiendo puestos en los años anteriores, primero a favor de las Órdenes religiosas, después con los militares y otros invitados por las autoridades. Cuando la procesión llegaba a la Misericordia, y debía formarse la general, “...se introdujeron veintiún marineros alumbrando la imagen de un crucifijo, colocándose en la inmediación de los Reverendos Cleros y Cabildo eclesiástico, solicitando que los caballeros oficiales y demás nobles, tomasen lugar inferior en la procesión”.

Esto significaba que los marineros debían sentirse bastante humillados por la pérdida de sus privilegios, mientras que tenían que ver el lucimiento, sin duda en numerosas ocasiones excesivo, del resto de participantes en la comitiva. Además, ya ni siquiera salían alumbrando al Cristo del Mar, teniendo que procurarse una cruz propia.

Esta vez no cedieron ante ninguna presión, viniese de la iglesia o del Ayuntamiento. La procesión hubo de detenerse durante mucho tiempo, provocándose un gran escándalo y altercados entre la muchedumbre, por lo que el Alcalde Mayor hubo de reconocer sus privilegios de años: “...quedándose (los marineros) en el mismo lugar con ocho marineros que alumbraban, a causa de haberse manifestado el caballero Alcalde Mayor, que éste era el número que debía acompañar según cierta concordia, retirándose los demás”.

Y de vuelta a empezar. Las Órdenes religiosas volvieron a reclamar el privilegio concedido a costa de los pescadores años atrás; el clero de San Nicolás y los propios regidores entraron en la controversia, con posturas contrarias unos y apoyando a los marineros otros:

“... nadie duda que por el Santo Concilio de Trento y último constituido de la Santidad de Gregorio XIII, deben las Comunidades regulares ocupar por la antigüedad de su fundación el lugar que les corresponde y siempre preferentes a Gremios de Artistas, confraternidades y congregaciones, de que se deduce que los marineros, por su clase, deben colocarse antes que las Comunidades religiosas.... los nobles de Alicante tengan el lugar más digno después de ambos Cabildos.... ocupar el lugar preferente la nobleza y oficialidad, como en todas las demás de otra especie, sucede en Alicante y Capital del Reino”.

A pesar del documento, no podemos dudar, vistos los acontecimientos anteriores, de la legitimidad de la demanda de los pescadores, hartos de ceder siempre a la vanidad de los otros colectivos.

Después de más de tres siglos, 1796 fue quizá la rogativa celebrada en más precaria situación, ya que los mismos Gobernador y señores Capitulares, debieron salir por las calles para reunir el dinero necesario para el traslado de la Reliquia.

Otras rogativas.


La Madre Abadesa podía igualmente solicitar rogativas en el interior del convento. Si bien no existe documentación sobre los detalles de estas rogativas, se puede afirmar su celebración por que sí existe constancia de los envíos por parte del Patronato de los diputados con las llaves para la apertura y cierre del Camarín, depositando la Reliquia en manos de la Abadesa que acompañada por la vicaría la introducía en la clausura, permaneciendo allí 72 horas.


No hay mucha documentación sobre la Feria de la Santa Faz. Es obvio que su nacimiento se produjo debido a la concurrencia de gran número de público en el Monasterio el día de la Peregrina. Era lógico que los comerciantes quisieran aprovechar estas posibilidades de negocio. 

Podemos distinguir tres tipos de Feria relacionada con la festividad:

-          La que se instalaba en el caserío durante el día de la fiesta.

-          Otra que se colocaba en las puertas del Ayuntamiento y la Colegial con motivo de la afluencia de las comitivas oficiales y la muchedumbre el día de la Peregrina, procesiones y rogativas.

-          Una bastantes efímera surgida a finales del siglo XVIII y con una duración de 8 días que tenía lugar en la ciudad.

Las dos primeras son las de nuestro interés. Seguramente nacerían en los primeros años de la Peregrina, y sus circunstancias variaron mucho en función de los tiempos de paz o de guerra, bonanza económica o tiempos de penuria, estando afectada por límites poblacionales mal definidos y atormentada por intereses de las poblaciones del contorno, así como de la censura administrativa a determinados productos de comerciantes de otras tierras que perjudicaban la economía local. Pero con todos sus altibajos, provocados por deseos de la administración, más o menos conseguidos, de controlar su duración, organización u oficializarla, es obvio que sobrevivió con éxito a todas las vicisitudes y la instalada en el caserío el día de la fiesta es la más consolidada en nuestros días.


[1] Me permito recordar el sentido de “pueblo” que mencionaba al principio.
[2] Se refiere a San Nicolás.
[3] El texto actual de la novena a la Santa Faz se encuentra al final del trabajo.
[4] En la calle Monjas.
[5] En la actual calle Virgen del Socorro.
[6] De la Cofradía de San Jaime.
[7] En el caso de otros motivos podría sufrir algún cambio en el recorrido: En las plagas, la procesión salía de San Nicolás por la mañana, y una vez en el Monasterio se celebraban las devociones de San Gregorio. Allí esperaba la procesión oficial y tras las bendiciones, volvían a San Nicolás sobre las cinco de la tarde. Cuando se trataba de enfermedades o epidemias, la Reliquia era transportada en coche, con objeto de evitar aglomeraciones de gente que pudieran propagar la epidemia. Por eso salían de San Nicolás, recogían la Reliquia en el Monasterio, y volviendo en coche tanto la Reliquia como todo el acompañamiento, finalizando la procesión en San Antón, y mandando aviso a la Colegial para que la procesión general se dirigiera hasta la ermita. Pero poco a poco las costumbres se modificaron, pasando a recibirla siempre en la Misericordia.





VER MÁS SOBRE LA SANTA FAZ. 
(Hasta el día 5 de mayo de 2011, día de la Romería de la Santa Faz en Alicante, iremos publicando estos artículos):
La Romería de la Santa Faz, hoy. 
Conclusiones generales. 
Oraciones a la Santa Faz.

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