miércoles, 3 de noviembre de 2010

GIMNASIO: ¿MÚSCULO O CEREBRO?

Vivimos en la cultura de la imagen, del cuerpo perfecto como medio de conseguir otra serie de prebendas, tanto materiales como espirituales.

Cada gimnasio tiene una “idiosincrasia”, un estilo que marca el tipo de público que lo utilizará. Esto tiene mucho que ver con el ambiente que encontraremos en él. Sabemos que todos los gimnasios tienen unas normas internas de obligado cumplimiento, pero más allá de esas normas están las de la educación, las que hacen agradable o desagradable el compartir un espacio donde ha de convivir tanto bagaje personal, único y particular.

¿Hay que suponer un comportamiento adecuado? Lamentablemente no. A todos no nos han educado para respetar el espacio ajeno ni la sensibilidad del prójimo.

Hace poco he tenido la ocasión de visitar un gimnasio, cuyo nombre obviamente omitiré. Teóricamente sus clientes son de nivel social y económico medio-alto, a los que también teóricamente se les suponen unas “virtudes” inherentes. Pero una cosa es la cultura intelectual y otra muy distinta la educación personal.

La observación forma parte de la organización, de modo que tuve oportunidad de mirar sin prisas el comportamiento habitual de los “gimnastas”, y hay algunas cosas que me hubiera gustado comentarles:

El sudor no huele bien, el desodorante es necesario, los perfumes se potencian con el sudor. Sudor maloliente+perfume, es un círculo demoledor. El pelo suelto no ayuda en el ejercicio, es más, puede incluso provocar accidentes, por no mencionar el hecho de encontrártelos cubriendo cual alfombra el aparato que vas a usar. Las toallas son imprescindibles para no empapar de sudor el aparato que se use.

Cuando se suda los poros de la piel se abren. Cuando esto sucede, se llenan de suciedad. Por lo tanto, el maquillaje tenderá a penetrar en los poros (el que no se haya deslizado antes por la piel arrastrado por el sudor, claro está).

Es conveniente, si hay aparatos libres, no elegir justo el que está al lado de otra persona que está usando el suyo. Tener una persona pegada a uno, que está sudando y emitiendo sonidos nada armónicos, no es agradable. Seguramente a esa persona le apetecerá más tener un cierto espacio alrededor que le permita un poco de intimidad.

Respetar la necesidad ajena es algo positivo. Es recomendable que en los descansos de las series, cambiemos de aparato para dar la oportunidad a los demás de usarlo.

Cuando se hace ejercicio de verdad, la concentración es importante. Esta necesidad se contrapone de forma irreconciliable con las conversaciones y las risas, y por supuesto, con el móvil. Quien hace ejercicio en serio no lleva el móvil encima. Dar conversación no es una actividad que agradezca quien está allí para realmente hacer ejercicio, porque hablar en esos momentos, efectivamente, deja sin resuello.

Un gimnasio no es una pasarela de moda, lo que me hace pensar que esas personas que vi con magníficos equipos técnicos y marcas carísimas con diseños pensados para “enseñar”, y que deambulaban de un lado a otro sin aplicarse en una actividad concreta, se habían equivocado de lugar.

En los vestuarios, dejar espacio para los demás es un bonito detalle. La ropa propia se ha de dejar debidamente doblada, colgada y ordenada en nuestro espacio. El calzado es más agradable de ver si está junto que si ha de buscarse su par en 30 metros cuadrados. Nuestra ropa interior no le interesa a nadie por muy bonita que sea. Secarse y vestirse es un acto que no requiere de exhibicionismo, puesto que nuestro formidable cuerpo ya lo enseñamos antes mientras deambulábamos por la sala de musculación (sic).

En fin, son esenciales normas que seguramente sus madres y padres, en su momento, les repitieron hasta la saciedad, pero que por lo visto han tenido que desechar de su cerebro para dar más cabida en su cuerpo a otros desarrollados músculos.  

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