martes, 25 de enero de 2011

La transformación de la señorita Bea.

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El tratamiento de señor proviene de la posesión del señorío. Se le otorgaba este tratamiento para distinguirle como dueño y propietario frente al resto. El señorito y la señorita pasaban a ser los hijos solteros del señor. Y la señora, la esposa.

Los tratamientos evolucionan y se adaptan a los tiempos, con lo cual el de señor se comienza a dar a los hombres adultos en general, independientemente de su categoría profesional o personal.

Los señoritos se constituyen en una figura de connotaciones peyorativas, con lo cual en este mundo tan magníficamente controlado por la mentalidad masculina, alguien decide que debe dejar de emplearse para dirigirse a los hombres, pues ya se sabe que todos los hombres son, por propia naturaleza, dignos de tratamiento distinguido.

Con este mismo criterio, y por la propia naturaleza de las mujeres (ups) se mantiene el tratamiento de señorita, puesto que, como todo el mundo tuvo claro durante siglos, la señorita es una joven soltera que no merece dignidad de señora hasta que la tutela un hombre, quien, por su sola protección la traslada automáticamente al plano superior, no porque lo merezca por sus méritos, noooooo, sino porque no sería digna de estar a su lado si no se transformara en señora.

Así pues, lejos de adentrarnos en cuestiones semánticas o simplemente históricas, el resumen de porqué Bea debió convertirse automáticamente en señora cuando acabó su niñez, es muy simple: Bea no necesita que ningún hombre la eleve a un status superior. Bea es señora desde el momento en que deja de ser niña, porque el título de señorita implica sometimiento a la figura masculina, y no me imagino a Bea sometida a nada.

O más sencillamente explicado, no ha nacido todavía, el señor al que Bea tenga que darle las gracias por ser una señora.

La señorita Bea ha muerto, ¡viva la señora Bea!

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