martes, 15 de marzo de 2011

HE ESTADO EN MÁS REGAZOS DE HOMBRES QUE UNA SERVILLETA.

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"I've been on more men's laps than a napkin."  Una mítica frase más de Mae West. Ella no tenía ninguna duda sobre dónde hay que ponérsela, aunque tal vez no conocía su procedencia, que os ofrezco en esta entrada.



La palabra servilleta procede del siglo XIV, de la voz francesa serviette, que viene del verbo servir (paño pequeño que sirve).




Lo de especificar pequeño paño, es porque en sus inicios, cuando la costumbre de los grandes banquetes sin fin, exigían grandes telas, toallas, que pudieran durar las largas horas de degustación con las que solían agasajarse sin pudor.

Los egipcios, los griegos y los romanos fueron los primeros en darse cuenta de que tanta comida, tantos platos distintos y tantas horas en la mesa, requerían telas de gran tamaño que les permitieran limpiarse, teniendo en cuenta que los cubiertos aún no habían sido descubiertos en su plenitud y las manos eran las grandes protagonistas en la mesa. Como mucho, se ayudaban de cuencos con agua aromatizada con flores y hierbas, en los que sí eran grandes expertos.

A los nobles romanos, gran ejemplo para muchas cosas, durante el reinado de Tarquinio el Soberbio, en el siglo VI a.C., se les ocurrió un nuevo uso para esos grandes trozos de tela. Finalizada la comida, la servilleta se transformaba en una práctica bolsa donde se depositaban los manjares que no se habían consumido durante el banquete (ya se sabe el derroche del que hacían gala), haciendo así un gran favor a los anfitriones (palabra que por cierto también procede de la cultura romana). Irse sin llevarse nada se interpretaba como un desaire, algo así como que no te gustaba lo que te habían servido.



Recordaréis que a los romanos les volvía locos comer recostados (tampoco existía aún la cultura de la mesa), por lo que la servilleta debía ser enorme. De hecho, se le entregaba a cada invitado a su llegada y se la llamaba mappa, pues era una pieza de tela larga que se extendía sobre los sillones para protegerse al tener que comer en la posición recostada. Y de paso, se usaba para limpiarse manos y labios.

También se cuenta que la servilleta primero fue un trozo de masa, parecido al pan, que se inventaron los espartanos llamándolo apomagdalie, que se cortaba en pequeños trozos y se enrollaban sobre sí mismos. Algo así como un pan de molde.

En la Alta Edad Media se aseaban con lo que hubiera disponible, ya fuera el dorso de la mano, la ropa, o el pedazo de pan espartano. Luego, se recuperó la costumbre de usar al menos 3 piezas de tela en la mesa.

La primera pieza de tela era llamada oucher (del francés coucher, que significa acostarse) y que estaba destinada al anfitrión. La segunda pieza era una toalla larga llamada surnappe, que significa sobre la tela y la usaba el invitado de honor. Y la tercera era una servilleta más bien grande que se compartía por los invitados, y que se colgaba en una esquina de la mesa.
La Última Cena, Dierik Bouts.

Un ejemplo puede verse en La Última Cena de Dierik Bouts (1415-1475), que está ubicada en la Catedral de San Pedro en Bélgica. 

Después, en la baja Edad Media, esa servilleta comunitaria se podría identificar hoy como lo que llamamos toalla de baño. La servilleta había pasado de un paño sobre la mesa a una tela colgando en el brazo izquierdo de un sirviente, que dio en llamarse maitre d'hotel, y que era un hombre que se ocupaba de la organización y control de las fiestas, y que para hacer visible su superior jerarquía, se cubría el hombro izquierdo con una servilleta, y los servidores de rango inferior la llevaban a lo largo de su brazo izquierdo, una costumbre que continuó hasta el siglo XVIII. 

Ewerer, en el tapiz de Bayeux.
En estos banquetes medievales, el ewerer, la persona encargada de las abluciones, llevaba una toalla que el señor y su invitados de honor usaban para limpiar sus manos. El tapiz de Bayeux muestra un ewerer arrodillado ante la mesa principal con un recipiente para lavar las manos y una servilleta. El panadero llevaba un portpayne, una servilleta doblada decorativamente para llevar el pan y el cuchillo utilizado por el señor de la casa.

En esos banquetes, la servilleta se doblaba y se colocaba en la parte izquierda de los platos, con el extremo abierto del doblez en dirección al dueño o señor de la casa. La cuchara se envolvía en otra servilleta, y una tercera servilleta se colocaba sobre la primera y segunda servilletas. Y para demostrar que el agua para las abluciones no estaba envenenada, una manía que tenían por aquel entonces de matar a la gente en los banquetes (leáse “Cómo sentar al asesino en la mesa”) el mariscal o el copero besaban la toalla en la que el señor se  había limpiado las manos e inmediatamente después colocaba la misma toalla sobre el hombro izquierdo del señor para su uso.

Y allá por el siglo XV, a alguien se le ocurrió inventar un artefacto muy curioso que ayudaba bastante a no mancharse los dedos, y que llamó tenedor. Este artilugio hizo desaparecer a esa especie de sábana-mappa-servilleta, y que desterró el cuenco para limpiarse los dedos, que ya no hacía tanta falta. La servilleta se hizo más pequeña y se restringió su uso a los labios.

El que las servilletas se hicieran más pequeñas también estimuló la creatividad de los italianos, y allá por 1680 ya había 26 maneras de doblar las servilletas. ¿Y a quién se le ocurrió tan extraño arte? A quién va a ser… Pues a Leonardo Da Vinci, que cansado de que su señor Ludovico colgara los famosos conejos a las sillas para que sus invitados se limpiaran las manos en sus lomitos, y el cuchillo en los faldones de sus vecinos de mesa, en lugar de hacerlo en el mantel como todo el mundo (D. Ludovico debía ser un guarro de narices, la tila que debía tomar su exquisita esposa Beatriz D’Este), hizo que al resignado Leonardo, (que hay que ver cómo se ganaba el sueldo en esa casa), se le ocurriera, para evitar semejantes guarrerías o para no oír las quejas de Dª Beatriz, mandar hacer unos paños pequeños individuales para cada invitado.

Lo que pasa es que Leonardo incumplió la primera norma en la organización de eventos: la de proporcionar información a los actores.

Fue tan horrible para él la acogida a este nuevo elemento, que no vuelve a decir palabra sobre ella en ningún escrito ni manual. De hecho, no fue él quien contó lo que pasó, por no pasar la vergüenza seguramente, y no lo sabríamos si no es gracias a Pietro Alemanni, un embajador florentino en Milán, que en uno de sus informes de Julio de 1491 a la signora Florencia (que debían ser tal para cual de cotillas) escribe:

"Como sus señorías me han solicitado que les ofrezca mas detalles de la carrera del maestro Leonardo en la corte del señor Ludovico, así lo hago. Últimamente ha descuidado sus esculturas y geometría y se ha dedicado a los problemas del mantel del señor Ludovico, cuya suciedad le aflige grandemente. Y en la víspera de hoy presentó en la mesa su solución a ello, que consistía en un paño individual dispuesto sobre la mesa frente a cada invitado destinado a ser manchado, en sustitución del mantel. Pero con gran inquietud del maestro Leonardo, nadie sabía cómo utilizarlo o qué hacer con él. Algunos se dispusieron a sentarse sobre él. Otros se sirvieron de él para sonarse las narices. Otros se lo arrojaban como un juego. Otros aun envolvían en él las viandas que ocultaban en sus bolsillos y faltriqueras. Y cuando hubo acabado la comida, y el mantel principal quedo ensuciado como en ocasiones anteriores, el maestro Leonardo me confío su desesperanza de que su invención lograra establecerse".

Lástima que Leonardo no haya podido ser testigo del éxito que su invento tendría a lo largo de los años y siglos posteriores…

De Civilitate Morum Puerilium, Erasmus 1530.
En un libro de etiqueta publicado en 1530 de Erasmus, De Civilitate Morum Puerilium, se aconseja que si se distribuyen las servilletas, la tuya debe ser colocada en el hombro o brazo izquierdo; copa y un cuchillo a la derecha, el pan a la izquierda. 

En el siglo XVI, las servilletas se consideraron como una muestra de educación en la mesa, y se comenzaron a fabricar en diversos tamaños para diversos eventos. El diaper, una palabra en inglés para la servilleta, o del griego diaspron, era una tela de color blanco de algodón o lino tejido con rombos o diamantes. La serviette era una servilleta grande que se usaba en la mesa. La serviette de collation fue una servilleta más pequeña utilizada para comer de pie, similar a la forma en que se usa la servilleta de cocktail en la actualidad. Un touaille fue una toalla enrollada sobre un tubo de madera que se utiliza como una toalla comunal que colgaba de la pared. También era una toalla que se usaba para cubrir el pan, o un paño para proteger una almohada decorativa que se le proporcionaba a una dama para reclinar su cabeza.

En el siglo XVII, la servilleta estándar era de aproximadamente 14 centímetros de ancho por 18 centímetros de largo. En esencia, las servilletas eran aproximadamente un tercio de la anchura del mantel.

En 1729, elaborado al parecer por el tribunal francés, un manual explica con claridad los numerosos usos de una servilleta de gran tamaño, como para limpiarse la boca, los labios y los dedos cuando están grasientos:

  • Para secar el cuchillo antes de cortar el pan.
  • Para limpiar la cuchara y el tenedor después de utilizarlos.
  • Cuando los dedos estén muy grasientos, limpiarlos primero con un trozo de pan, a fin de no ensuciar demasiado la servilleta.
  • No es caballeroso usar una servilleta para limpiarse la cara o el raspado de los dientes, y el error más vulgar es limpiar la nariz con ella.
  • La persona de más alto rango deberá desdoblar su servilleta primero y una vez extendida completamente el resto de los invitados podrán desdoblar la suya. Cuando todos los invitados son del mismo nivel social, pueden desdoblar su servilleta al mismo tiempo sin necesidad de ceremonia.


Casi simultáneamente, la moda masculina de la época marcaba el uso de los cuellos almidonados, y para protegerlos mientras cenaban se ataban una servilleta alrededor del cuello. Luego se pasó a la moda de las camisas con encajes, y las servilletas pasaron a introducirse en el cuello o en el ojal de la camisa o se fijaban con un alfiler. 

Alrededor de 1740, el mantel se elaboraba con servilletas del mismo material. Según Savary des Bruslons, doce servilletas, un mantel grande y uno pequeño, comprenden lo que se llama hoy en día un servicio de mesa.

En 1774, y de nuevo los franceses, instruían sobre la servilleta advirtiendo que cubrirá el frente del cuerpo hasta las rodillas, empezando desde abajo del cuello y no deberá meterse en el cuello.

Hay otros usos muy interesantes para la servilleta y que no tienen nada que ver con la mesa… Artistas como Pablo Picasso solía dibujar en ellas durante las comidas. Y Federico García Lorca utilizó una servilleta para dedicar un texto escrito en gallego a Betanzos, y otro en su encuentro con Atahualpa Yupanqui:

Atahualpa Yupanki
“Federico  estiró su mano, tomó la servilleta y la extendió sobre la mesa. Tomó su lapicera y, casi a escondidas,  escribió algo en ella.

Casi nadie observó el gesto. El restaurante  seguía con su movimiento habitual, la conversación seguía muy animosa y casi todos participaban animadamente de ella. Sin embargo, el gesto del escritor  había sido observado. 

Un hombre muy joven,  llegado a Buenos Aires, con la necesidad de cultivarse, de internarse en ese territorio de ideas, de versos, de relatos, de corrientes de pensamiento que le ofrecía el  mundo urbano, pero que no había abandonado el hábito de ser silencioso y observador,  por su origen campesino. Quería ir y venir entre las expresiones tradicionales nativas de origen folklórico y las más altas expresiones de la cultura del mundo. Ésta  se convirtió en su misión,  decisión que sostuvo toda su vida. Comprender cómo, el ser luminoso que esa noche tenía frente a sí, tendía puentes entre las estrellas del cielo andaluz y las sendas de los gitanos, entre las lunas moras y las callejuelas de Granada. Simples y bellos sus versos, hondos y  llenos de vibraciones como la luz de la luna  sobre el Guadalquivir. 
Federico García Lorca.

Y allí estaba esa mano, que llenaba de belleza el corazón de los hombres como un arroyo incontenible, que desparramaba su lluvia de estrellas fugaces  sobre el mundo, con un trozo de tela en la que el poeta lanzaba a  volar  una nueva semilla de amor y verdad.

Todo transcurrió rápido y, casi, en secreto. El poeta se sintió observado, descubierto su gesto, y como un niño atrapado en su travesura le miró y, sin hesitar, extendió su mano hacia él, y en ella, la  servilleta.

-Te gusta? le preguntó.

-Por supuesto,  fue la respuesta.

-Te la regalo,  agregó el poeta. 

- Muchas gracias, pero… ¿puedes firmarla?.

En el acto  agregó su nombre junto al dibujo de una flor, tal como era su costumbre.”

Y la servilleta llega a nuestros días, en variedad de tamaños, y se conserva el “arte” de hacer dobleces con ella imitando el origami, y seguimos teniendo dudas sobre su uso correcto en nuestra cultura… dudas que no tenía Mae West, que daba a entender claramente que las servilletas se colocan en el regazo. 

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