Cuando una pareja quiere casarse por la iglesia, se entiende que es católica y en mayor o menor medida, practicante. En los últimos años la tradición ha dejado paso a la convicción, y en la actualidad esta decisión es meditada y consciente en la mayoría de las bodas católicas.
Pero también es verdad que cuando parecía que la única opción respetable era la boda por la iglesia, había poco que organizar y preparar. De todo lo religioso, era el sacerdote quien tomaba las decisiones, tanto en la liturgia misma como en lo que acontecía en el interior del templo. Adornos, fotografía, flores… todo era supervisado y aprobado por el párroco, quien tenía las riendas absolutas. Las parejas aceptaban su criterio, unas veces con mayor gusto que otros, pero es lo que había…
Iglesia de la Asunción, de Xixona, en una boda de TuBodaEsÚnica. |
Más tarde, la situación social (hablo de
España) fue introduciendo en las bodas religiosas una mayor flexibilidad, hasta
el punto de que los novios podían participar activamente en la elaboración de
la liturgia, eligiendo sus Lecturas e incluso, con la intervención de algún
familiar o amigo. Se produce una especie de acuerdo amable entre las partes, y
el párroco (en gran medida por su juventud o apertura de mente), propicia este
intercambio. El sentimiento de que la iglesia es de la comunidad, hace posible
que las parejas puedan intervenir en su diseño, hasta el punto que lógicamente
permite la liturgia. También pueden elegir su propio fotógrafo, introducir
adornos y decoración especial, etc.
Pero como siempre ocurre, se nos va la mano y
nos encontramos con que la iglesia ya no es que sea de la comunidad y no sólo
del párroco, sino que parece convertirse en un espacio lúdico destinado al
ornato, ostentación y mayor lucimiento de los novios y sus invitados. Se nos
olvida que es un lugar de recogimiento, erigido en honor de Jesucristo, en el
que vamos a celebrar lo que no es sólo una fiesta, sino un Sacramento.
Las Diócesis, sensibles a las quejas de sus
párrocos y conscientes de los abusos y problemas que se daban en sus
parroquias, comienzan a hacer recomendaciones y a delimitar actuaciones y
funciones. Todo lo que se aleje de la necesaria devoción religiosa y convierta
el Sacramento en motivo de vano ornato, ha de ser desechado.
Estas recomendaciones y normas fueron acogidas
de forma más o menos rigurosa por cada párroco, y en la actualidad, absurdo
sería negarlo, la iglesia guarda la personalidad que le imprime su titular. Por
ello, los novios prefieren unas iglesias más que otras, no porque sean más o
menos alocados, sino porque son más o menos participativos y conscientes de lo
que van a hacer y de dónde lo van a hacer.
Y con la modernidad aparece la nueva figura
del organizador de bodas. Pero claro, que organiza ¿el qué exactamente?.
Organiza el banquete, el viaje, las invitaciones, las confirmaciones, el baile,
los adornos florales, el coche de novios, etc.etc. Y dentro de esa borágine, a
veces la iglesia se integra en las zonas a decorar y organizar…
Aquí es donde surge, casi siempre, la
dificultad. Y regaño severamente a muchos organizadores de bodas, que ni
siquiera conocen la liturgia del matrimonio religioso, y se olvidan de que la
iglesia no es un decorado.
Es verdad que tiene mucho que ver el que la
mayoría de organizadores de bodas no sean profesionales del protocolo. Son
organizadores de fiestas o eventos diversos, y lo hacen maravillosamente, a la
vista está. Pero si quiero organizar bodas religiosas, tengo que conocer y
sobre todo respetar.
No puedo imponer una decoración porque vaya en
sintonía con la temática cinematográfica de la boda, ni puedo adornar la puerta
de la iglesia como si fuera una verbena, ni puedo decirle al párroco lo que
tiene y no tiene que hacer para mayor lucimiento de los novios.
El papel de un organizador de bodas, cuando
los novios también quieren que se les asesore en el protocolo de la iglesia, es
el de vía de comunicación e intercambio entre el párroco y los deseos del
futuro matrimonio.
Concatedral de San Nicolás de Bari, en Alicante, en una boda SíQuiero |
El organizador debe visitar previamente la
iglesia y presentarse al párroco, para ponerse a su disposición, conocer las
costumbres de la parroquia y exponerle los deseos de los novios. Y entre los
dos, conveniar todas las actuaciones que tendrán lugar dentro de la iglesia. Le
contaremos qué personas desean intervenir en la ceremonia y con qué motivo; qué
clase de música desean los novios que suene y quién la tocará y cantará, y qué
piezas serán y en qué momento se interpretarán, qué Lecturas y Evangelio gustan
a los novios y lo someteremos a su aprobación. Le llevaremos, si es posible,
alguna fotografía con una aproximación de la decoración floral que deseamos
poner. Le informaremos de los testigos, damas, pajes que habrán y dónde
pensamos que deben tomar asiento; acordaremos dónde y cómo se firmará el acta y
lo pondremos todo por escrito, en un perfecto cronograma, una vez acordados
todos los puntos.
En ese cronograma figurará todo, en claro
orden, para que el sacerdote sepa en todo momento de la Eucaristía qué sucesos
van a tener lugar, qué personas los protagonizarán y cuáles son sus nombres. Y
si hay algo en particular que al sacerdote no le guste o nos dice que se sale
de la liturgia o costumbre, lo aceptaremos de buen talante.
La iglesia se adornará y limpiará respetando
los horarios de los actos religiosos, y mientras eso sucede, el comportamiento
de los trabajadores será de total respeto, guardando silencio, cuidando el
mobiliario y elementos existentes en la parroquia, no moviéndolos para colocar
la decoración y en todo caso con permiso expreso de párroco o sacristán.
Volverán a dejarlo todo en su lugar, perfectamente limpio, y la empresa
organizadora se hará cargo de cualquier desperfecto ocasionado. Es cortesía de
los novios dejar las flores para lucimiento de la iglesia, por lo que se
ayudará al sacristán a trasladarlas, y/o cambiarlas de recipiente si es
necesario.
En ocasiones, no es posible recoger la
decoración inmediatamente finalizada la boda, y habremos tenido que acordar con
el párroco que el sacristán retirará aquello que moleste o no concuerde con el
tipo de oficios que vayan a tener lugar en la iglesia. En este caso, tendremos
el detalle de dar una propina a este señor que nos ha hecho parte del trabajo.
Si nos dicen que no podemos tirar arroz (en
algunos lugares es así), indagaremos si el motivo es por el trabajo que
ocasiona su limpieza, y si es ésta la razón, nos ofreceremos a realizar la
limpieza inmediatamente que los novios y sus invitados se hayan marchado.
Me he encontrado en muchas parroquias una
reticencia muy grande a colaborar, y me han echado en cara errores o malos
comportamientos de antecesoras, y cuesta mucho que el párroco confíe en
nosotros y se muestre colaborador. Y lo entiendo perfectamente. No se puede ir
organizando eventos y mucho menos bodas religiosas con la indiferencia o
irresponsabilidad de pensar que, como seguramente no vamos a volver… craso
error. A parte de que es una actitud y comportamiento deleznable, y de una
inexistente profesionalidad, nunca sabemos cuándo nos encontraremos con una
pareja que se casará en el mismo sitio donde tuvimos aquella bronca con el
párroco… así que, como dicen por aquí, on
vagis a tornar, fes-te adorar (donde tengas que volver, hazte querer).
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