martes, 8 de febrero de 2011

SAMURAIS. EL BUSHIDO Y EL HARA-KIRI.









“Dicen que Japón fue creado por una espada… Dicen que los antiguos dioses hundieron una hoja de coral en el océano, y cuando la sacaron, cuatro gotas perfectas volvieron a caer al mar, y esas cuatro gotas se convirtieron en las islas de Japón. Yo digo que Japón lo hicieron un puñado de guerreros valientes dispuestos a dar la vida por una palabra olvidada: HONOR.”





Así comienza “El último Samurai”. Es una introducción que anuncia un país nacido y desarrollado dentro del más puro respeto a la tradición, la educación, y el protocolo más exquisito y elaborado.

El harakiri o seppuku (abrirse el vientre), es una práctica japonesa de suicidio ritual por destripamiento, en origen restringida a los nobles y adoptada más tarde por todas las clases sociales. El término también se utiliza para designar cualquier suicidio cometido en aras del honor personal. El harakiri tiene sus orígenes en el Japón feudal, cuando lo practicaban los samurai o nobles guerreros, para eludir el deshonor de caer capturados por sus enemigos. Más tarde se convirtió de hecho en un método indirecto de ejecución, según el cual, cualquier noble que recibía un mensaje del mikado (Emperador), por el que se le comunicaba que su muerte resultaba esencial para el bien del imperio, se hacía el harakiri.

Los samurais consideraban su vida como una entrega al honor de morir gloriosamente. Rechazando cualquier tipo de muerte natural, buscaban haber fallecido en pleno esplendor de sus años. Por eso, antes de ver ésta deshonrada por un delito o falta, recurrían con este acto a darse la muerte (tal y como significan esas palabras, hara-kiri: cortadura de vientre), ya que los japoneses pensaban que el alma se encontraba en el estómago.

En la mayoría de los casos de los denominados harakiri obligatorios, el comunicado imperial iba acompañado de una daga ricamente adornada para que fuera utilizada como instrumento del suicidio. Al infractor se le concedían un determinado número de días para preparar la ceremonia. En casa del noble ofensor, o en un templo, se levantaba un estrado que se cubría con alfombras rojas. Al comenzar el acto final, el noble, ataviado con atuendo ceremonial y asistido por un grupo de amigos y oficiales, ocupaba su lugar en el estrado.

Postrado de rodillas, rezaba sus oraciones, recibía la daga de manos del representante del emperador y públicamente confesaba su culpa; entonces, desnudándose hasta la cintura, hundía la daga en el costado izquierdo del abdomen, la desplazaba lentamente hacia el costado derecho y efectuaba una incisión ligeramente ascendente. En el último momento, un amigo o familiar decapitaba al noble moribundo. A continuación, era costumbre enviar la daga ensangrentada al emperador como prueba de la muerte del noble por este método. Si el trasgresor se hacía voluntariamente el harakiri, es decir, actuaba según el dictado de su conciencia culpable en lugar de por mandato del emperador, su honor se consideraba restituido y todas sus posesiones pasaban a manos de su familia. Por el contrario, si el harakiri venía ordenado por el emperador, la mitad de las posesiones del muerto quedaban confiscadas por el Estado.

El seppuku/harakiri, era una parte clave del bushido, el código de los guerreros samurai. En las acciones de guerra, mientras el guerrero efectuaba el seppuku, el compañero se mantenía a su lado de pie (el guerrero de rodillas) y, si veía a su amigo sufrir demasiado, le cortaba la cabeza.

El samurai que efectuaba el seppuku tenía que sostener el wakizashi usando un paño para no salpicarse las manos, ya que morir con las manos manchadas de sangre constituía una deshonra.

Cuando lo practicaban individuos de todas las clases sociales, el harakiri servía con frecuencia como gesto supremo de devoción hacia un superior que hubiera fallecido, o como forma de protesta contra algún acto o medida gubernamental. Esta práctica llegó a estar tan difundida que, durante siglos, se producían unas 1.500 muertes al año por este método; más de la mitad de ellas eran actos voluntarios.

El harakiri como forma de suicidio obligatorio quedó abolido en 1868. En épocas modernas es raro que se produzca como medio de suicidio voluntario. Sin embargo, muchos soldados japoneses recurrieron al harakiri durante los últimos conflictos bélicos, incluida la II Guerra Mundial, para eludir la ignominia que suponía la derrota o el cautiverio.

Las mujeres que seguían el bushido también realizaban esta práctica, pero de diferente manera: estando de pie se hacían un corte en el cuello. Previamente debían atarse con una cuerda los tobillos para no tener la deshonra de morir con las piernas abiertas al caer. En el caso de las mujeres, en lugar del wakizashi, se utilizaba una daga con hoja de doble filo llamada kwaiken.

En la tradición japonesa, el bushido es un término traducido como “el camino del guerrero”. Muchos samurai (o bushi) entregaban sus vidas al bushido, un código estricto que exigía lealtad y honor hasta la muerte.

El bushido es un código ético particular. En su forma más pura, el bushido exige a sus practicantes que miren efectivamente hacia atrás al presente desde el momento de su propia muerte, como si ya estuvieran muertos. Esto es particularmente verdadero en las formas más tempranas del bushido o budo.

Las férreas doctrinas que se desprenden del bushido propiciaron el trato brutal y denigrante que las autoridades japonesas otorgaron a los prisioneros de guerra, tanto civiles como militares, durante la Segunda Guerra Mundial. Una de las cosas que enseña el bushido es el absoluto desprecio por el enemigo que se rinde, puesto que esto es un deshonor que hace preferible la muerte.

Muchos maestros de hoy ven el bushido actual como una forma evolucionada de su original propósito guerrero; el maestro Morihei Ueshiba, también conocido como O’Sensei, divulgó un nuevo estilo de ver el bushido donde el combate puede entenderse como una forma de vida armónica a través del aikido o camino de la energía en armonía. En este arte marcial la filosofía del bushido se funde con un pensamiento más civilizado, donde la tolerancia es una estrategia y a la vez una forma complemenaria y fluida de combate, la que permite conocer al oponente venciéndolo en su propio terreno y sin causar daño físico, con el consiguiente respeto que puede llegar a significar en la mente de un “enemigo” racional, todo esto sin dejar de ser bushido.

El bushido visto desde el punto de vista del aikido funda su base en la idea de que un samurai podía vencer a un enemigo sólo con estrategia e inteligencia y sin necesidad de desenvainar la espada.

En su forma original, sin embargo, se reconocen en el bushido siete virtudes asociadas:

Gi, la rectitud. Sé honrado en tus tratos con todo el mundo. Cree en la justicia, pero no en la que emana de los demás, sino en la tuya propia. Para un auténtico samurai no existen las tonalidades de gris en lo que se refiere a honradez y justicia. Sólo existe lo correcto y lo incorrecto.

Yuu, el coraje. Álzate sobre las masas de gente que temen actuar. Ocultarse como una tortuga en su caparazón no es vivir. Un samurai debe tener valor heróico. Es absolutamente arriesgado. Es peligroso. Es vivir la vida de forma plena, completa, maravillosa. El coraje heróico no es ciego. Es inteligente y fuerte. Reemplaza el miedo por el respeto y la precaución.

Jin, la benevolencia. Mediante el entrenamiento intenso el samurai se convierte en rápido y fuerte. No es como el resto de los hombres. Desarrolla un poder que debe ser usado en bien de todos. Tiene compasión. Ayuda a sus compañeros en cualquier oportunidad. Si la oportunidad no surge, se sale de su camino para encontrarla.

Rei, el respeto. Los samurai no tienen motivos para ser crueles. No necesitan demostrar su fuerza. Un samurai es cortés incluso con sus enemigos. Sin esta muestra directa de respeto no somos mejores que los animales. Un samurai recibe respeto no solo por su fiereza en la batalla, sino también por su manera de tratar a los demás. La auténtica fuerza interior del samurai se vuelve evidente en tiempos de apuros.

Makoto, la honestidad, la sinceridad absoluta. Cuando un samurai dice que hará algo, es como si ya estuviera hecho. Nada en esta tierra lo dentendrá en la realización de lo que ha dicho que hará. No ha de “dar su palabra”, no ha de “prometer”. El simple hecho de hablar ha puesto en movimiento el acto de hacer. Hablar y hacer son la misma acción.

Meiyo, el honor. El auténtico samurai sólo tiene un juez de su propio honor, y es él mismo. Las decisiones que toma y cómo las lleva a cabo son un reflejo de quién es realidad. Nadie puede ocultarse de sí mismo.

Chuugi, la lealtad. Para el samurai, haber hecho o dicho “algo”, significa que ese “algo” le pertenece. Es responsable de ello y de todas las consecuencias que le sigan. Un samurai es intensamente leal a aquellos bajo su cuidado. Para aquellos de los que es responsable, permanece fieramente fiel. Las palabras de un hombre son como sus huellas, puedes seguirlas donde quiera que él vaya.

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