lunes, 24 de enero de 2011

PROTOCOLO: INCONGRUENCIAS Y CONTRADICCIONES.


Resulta que el protocolo nos agobia, nos aburre, nos martiriza, nos encorseta, nos presiona, nos incomoda, nos desespera. Frases como el protocolo es para pijos ricos es algo habitual que escucho ya, a estas alturas, con el mismo aburrimiento que me produce Carmen Lomana. Pero que nadie piense que esta señora es así de envarada por practicar exhaustivamente las cuadriculadas normas del protocolo que la obligan a parecer que se ha tragado un cazo. Bañado en oro, seguramente, pero cazo al fin y al cabo. Pues no, su rigidez y plana expresividad se deben a otras cosas que tienen más que ver con cuestiones de cirugías y bisturís.

El caso es que al decir que el protocolo es para pijos ricos, en realidad quiero pensar que lo que subyace es que erróneamente, relacionan el protocolo con la cursilería, con el engolamiento y con el querer aparentar un estilo o elegancia, que al no existir realmente, acaba resultando patético y ridículo.

Otra asociación errónea llega de atribuir al protocolo una conexión inquebrantable con el lujo y la ostentación. 

Ambas cosas son absolutamente falsas. Cursi es aquel que quiere aparentar lo que no es. Cursi es aquel que adopta de forma artificial expresiones, gestos o comportamientos que de ninguna manera tiene integrados. Es el dedo meñique alzado, la confusión del bacalao con el bacalado. Creo que todos sabemos a qué me refiero.

Y ciertamente, si el desdén, y a veces incluso desprecio y sorna, que muestran algunas personas cuando se refieren al protocolo, estuviera basado en un conocimiento real de lo que están hablando, no me explico cómo no le ponen una querella al protocolo por amargarles la vida. Y otra a Carmen Lomana por querer convencer a chonis, poligoneras,  frikis y a tí y a mí, que naturalmente no somos nada de eso, de que sólo se puede ser exquisitamente educada si tus zapatos te han costado más de 600 €.

Si estas personas tuvieran, al menos, la inquietud de mirar la definición de protocolo que da la Real Academia de la Lengua, se le aclararían algunas cosas fundamentales. Básicamente, el protocolo no tiene que ver con la educación, sino con el orden. 

Ordenar las cosas de la vida para que se desarrollen de la forma más eficaz y sencilla posible, y alcanzando el mejor resultado en función de para qué han sido ordenadas. Esto es protocolo. Protocolizan los notarios, los médicos, las naciones... con el fin de ponerse de acuerdo en el mejor procedimiento para conseguir un resultado óptimo. Y protocolizan los organizadores de eventos, de ceremonias, de congresos... protocolizas tú cuando siendo maestro decides en qué orden van a colocarse los niños para entrar a clase, y protocolizas también cuando organizas tus actividades de la semana. Y nos hemos inventado algo que se llama "social" porque el protocolo inicialmente solo contemplaba actuaciones de carácter institucional y muy formal.

Así que, dedicarse al protocolo, no significa pasarse el día dando manotazos a la gente porque no coja bien la cuchara. A eso, y sin dar manotazos, se le llama Educación Social. Digamos que es aplicar los fundamentos básicos de las relaciones humanas partiendo de las características propias del entorno. La educación, la cortesía, la amabilidad, la empatía, el respeto, la paciencia, la templanza... son cualidades que facilitan el trato y hacen la vida mucho más agradable para todos. Y eso, no implica solo el usar bien los cubiertos, o saber presentarse en una reunión, o saber expresarse con naturalidad. También implica, y muchísimo más, una cualidad escasa: la humildad. 

Haz este experimento: pregunta a 3 personas de tu alrededor si le dan importancia a comportarse adecuadamente, a los modales y a la cortesía. Pregúntales después si creen que esas actitudes, al ser practicadas, les benefician o perjudican. 

Me atrevo a afirmar que todas dirían "" rotundamente y sin vacilar. Y ahora hazles la última pregunta: ¿Crees necesario formarte en ello?. Y aquí viene la cara de sorpresa y la dubitación. Pues esta es la incongruencia y la contradicción. Resulta que considerando estas cualidades como fundamentales para nuestro desarrollo integral como personas y trabajadores, dudamos sobre si hemos de perfeccionarlas. 

¡Cuántas caras de sorpresa he visto al descubrir cuál es la forma correcta de hacer una presentación o de estrechar la mano! ¡Y cuántas veces he oído decir ¿no tiene padres ese maleducado?!

Y aquí estamos dedicando más horas al inglés, a la informática, al paddel, al futbito, o a la inteligencia emocional, y quejándonos de la pérdida de valores y de la desidia, indiferencia o agresividad en la que parece que se mueven nuestros niños y jóvenes.

Pues bien, yo creo que estoy en una de las últimas generaciones encontradas, que creció con límites y esfuerzo personal, que aprendió el valor de las cosas y lo que cuesta alcanzarlas, y sin ninguna dificultad para diferenciar el bien del mal. Tras la mía, como parece que la evolución de la sociedad lo atestigua, han llegado las generaciones perdidas, en las que nos hemos ido degradando hasta llegar a los límites insostenibles en los que los seres humanos comenzamos a echar de menos lo que perdimos. Es decir, lo que acabo de decir entre "que creció con límites" y "el bien y el mal".

Así que esperemos que por la propia naturaleza del ser humano, que se inventa los cubiertos para demostrar su evolución pero que hoy día certeramente los desecha para degustar el jamón serrano y recordar el placer de comer con las manos, estemos en el punto en el que comenzamos a avanzar hacia el pasado, con la inteligencia suficiente para recuperar lo que nos fue bien y nos hizo mejores personas. 

E insisto, me querellaré por insultos a mi inteligencia como vuelva a oír lo de pijos ricos.

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