viernes, 9 de noviembre de 2012

Cada uno en su casa, y Dios en la de todos.


Cuando una pareja quiere casarse por la iglesia, se entiende que es católica y en mayor o menor medida, practicante. En los últimos años la tradición ha dejado paso a la convicción, y en la actualidad esta decisión es meditada y consciente en la mayoría de las bodas católicas.

Pero también es verdad que cuando parecía que la única opción respetable era la boda por la iglesia, había poco que organizar y preparar. De todo lo religioso, era el sacerdote quien tomaba las decisiones, tanto en la liturgia misma como en lo que acontecía en el interior del templo. Adornos, fotografía, flores… todo era supervisado y aprobado por el párroco, quien tenía las riendas absolutas. Las parejas aceptaban su criterio, unas veces con mayor gusto que otros, pero es lo que había…

Iglesia de la Asunción, de Xixona, en una boda de TuBodaEsÚnica.


Más tarde, la situación social (hablo de España) fue introduciendo en las bodas religiosas una mayor flexibilidad, hasta el punto de que los novios podían participar activamente en la elaboración de la liturgia, eligiendo sus Lecturas e incluso, con la intervención de algún familiar o amigo. Se produce una especie de acuerdo amable entre las partes, y el párroco (en gran medida por su juventud o apertura de mente), propicia este intercambio. El sentimiento de que la iglesia es de la comunidad, hace posible que las parejas puedan intervenir en su diseño, hasta el punto que lógicamente permite la liturgia. También pueden elegir su propio fotógrafo, introducir adornos y decoración especial, etc.

Pero como siempre ocurre, se nos va la mano y nos encontramos con que la iglesia ya no es que sea de la comunidad y no sólo del párroco, sino que parece convertirse en un espacio lúdico destinado al ornato, ostentación y mayor lucimiento de los novios y sus invitados. Se nos olvida que es un lugar de recogimiento, erigido en honor de Jesucristo, en el que vamos a celebrar lo que no es sólo una fiesta, sino un Sacramento.

Las Diócesis, sensibles a las quejas de sus párrocos y conscientes de los abusos y problemas que se daban en sus parroquias, comienzan a hacer recomendaciones y a delimitar actuaciones y funciones. Todo lo que se aleje de la necesaria devoción religiosa y convierta el Sacramento en motivo de vano ornato, ha de ser desechado.

Estas recomendaciones y normas fueron acogidas de forma más o menos rigurosa por cada párroco, y en la actualidad, absurdo sería negarlo, la iglesia guarda la personalidad que le imprime su titular. Por ello, los novios prefieren unas iglesias más que otras, no porque sean más o menos alocados, sino porque son más o menos participativos y conscientes de lo que van a hacer y de dónde lo van a hacer.

Y con la modernidad aparece la nueva figura del organizador de bodas. Pero claro, que organiza ¿el qué exactamente?. Organiza el banquete, el viaje, las invitaciones, las confirmaciones, el baile, los adornos florales, el coche de novios, etc.etc. Y dentro de esa borágine, a veces la iglesia se integra en las zonas a decorar y organizar…

Aquí es donde surge, casi siempre, la dificultad. Y regaño severamente a muchos organizadores de bodas, que ni siquiera conocen la liturgia del matrimonio religioso, y se olvidan de que la iglesia no es un decorado.

Es verdad que tiene mucho que ver el que la mayoría de organizadores de bodas no sean profesionales del protocolo. Son organizadores de fiestas o eventos diversos, y lo hacen maravillosamente, a la vista está. Pero si quiero organizar bodas religiosas, tengo que conocer y sobre todo respetar.

No puedo imponer una decoración porque vaya en sintonía con la temática cinematográfica de la boda, ni puedo adornar la puerta de la iglesia como si fuera una verbena, ni puedo decirle al párroco lo que tiene y no tiene que hacer para mayor lucimiento de los novios.

El papel de un organizador de bodas, cuando los novios también quieren que se les asesore en el protocolo de la iglesia, es el de vía de comunicación e intercambio entre el párroco y los deseos del futuro matrimonio.

Concatedral de San Nicolás de Bari, en Alicante, en una boda SíQuiero
El organizador debe visitar previamente la iglesia y presentarse al párroco, para ponerse a su disposición, conocer las costumbres de la parroquia y exponerle los deseos de los novios. Y entre los dos, conveniar todas las actuaciones que tendrán lugar dentro de la iglesia. Le contaremos qué personas desean intervenir en la ceremonia y con qué motivo; qué clase de música desean los novios que suene y quién la tocará y cantará, y qué piezas serán y en qué momento se interpretarán, qué Lecturas y Evangelio gustan a los novios y lo someteremos a su aprobación. Le llevaremos, si es posible, alguna fotografía con una aproximación de la decoración floral que deseamos poner. Le informaremos de los testigos, damas, pajes que habrán y dónde pensamos que deben tomar asiento; acordaremos dónde y cómo se firmará el acta y lo pondremos todo por escrito, en un perfecto cronograma, una vez acordados todos los puntos.

En ese cronograma figurará todo, en claro orden, para que el sacerdote sepa en todo momento de la Eucaristía qué sucesos van a tener lugar, qué personas los protagonizarán y cuáles son sus nombres. Y si hay algo en particular que al sacerdote no le guste o nos dice que se sale de la liturgia o costumbre, lo aceptaremos de buen talante.

La iglesia se adornará y limpiará respetando los horarios de los actos religiosos, y mientras eso sucede, el comportamiento de los trabajadores será de total respeto, guardando silencio, cuidando el mobiliario y elementos existentes en la parroquia, no moviéndolos para colocar la decoración y en todo caso con permiso expreso de párroco o sacristán. Volverán a dejarlo todo en su lugar, perfectamente limpio, y la empresa organizadora se hará cargo de cualquier desperfecto ocasionado. Es cortesía de los novios dejar las flores para lucimiento de la iglesia, por lo que se ayudará al sacristán a trasladarlas, y/o cambiarlas de recipiente si es necesario.

En ocasiones, no es posible recoger la decoración inmediatamente finalizada la boda, y habremos tenido que acordar con el párroco que el sacristán retirará aquello que moleste o no concuerde con el tipo de oficios que vayan a tener lugar en la iglesia. En este caso, tendremos el detalle de dar una propina a este señor que nos ha hecho parte del trabajo.

Si nos dicen que no podemos tirar arroz (en algunos lugares es así), indagaremos si el motivo es por el trabajo que ocasiona su limpieza, y si es ésta la razón, nos ofreceremos a realizar la limpieza inmediatamente que los novios y sus invitados se hayan marchado.

Me he encontrado en muchas parroquias una reticencia muy grande a colaborar, y me han echado en cara errores o malos comportamientos de antecesoras, y cuesta mucho que el párroco confíe en nosotros y se muestre colaborador. Y lo entiendo perfectamente. No se puede ir organizando eventos y mucho menos bodas religiosas con la indiferencia o irresponsabilidad de pensar que, como seguramente no vamos a volver… craso error. A parte de que es una actitud y comportamiento deleznable, y de una inexistente profesionalidad, nunca sabemos cuándo nos encontraremos con una pareja que se casará en el mismo sitio donde tuvimos aquella bronca con el párroco… así que, como dicen por aquí, on vagis a tornar, fes-te adorar (donde tengas que volver, hazte querer).